kupchan15_RAMI AL SAYEDAFP via Getty Images_syria Rami al-Sayed AFP via Getty Images

Reconstruir Siria después de Assad

WASHINGTON, DC/ESTAMBUL – La caída vertiginosa del presidente sirio Bashar al Assad refleja los cambios drásticos que han barrido el panorama estratégico de Oriente Medio en el último año. Tras el estallido de la guerra civil en Siria en 2011, Assad se aferró al poder durante más de diez años, a pesar de enfrentarse a una coalición de fuerzas respaldada por Estados Unidos y Turquía. Pero solo 11 días después de que el grupo rebelde Hayat Tahrir al-Sham (HTS) lanzara su ofensiva, Assad huyó a Rusia, poniendo fin al régimen de 50 años de su familia.

Ese desenlace fue fruto de años de gobierno ineficaz y de penurias económicas y sociales, en los que incluso la comunidad alauí, que era la base de respaldo de Assad, desertó sin dar pelea. El final llegó cuando sus principales apoyos externos, Rusia e Irán, también lo abandonaron, reflejando el profundo debilitamiento de ambos países. La guerra de Rusia contra Ucrania sigue agotando sus recursos y preocupando al Kremlin, mientras que la campaña de Israel tras el 7 de octubre contra Hamas, Hezbollah (que prestaba un importante apoyo al régimen de Assad) y el propio Irán ha paralizado el "eje de resistencia" liderado por Irán.

Los sirios no echarán de menos a Assad, un gobernante brutal que le falló a su pueblo. Muchos lo celebran en las calles, y los refugiados que han buscado protección en el extranjero o en zonas de Siria controladas por la oposición empiezan a regresar a sus hogares.

La caída de Assad también podría reportar beneficios regionales más amplios. El régimen de Assad facilitó el flujo de armas de Irán a Hezbollah; un nuevo liderazgo en Damasco podría reducir aún más la influencia iraní y desempeñar un papel constructivo en la configuración de un orden regional más estable.

Pero la esperanza debe ir acompañada de cautela. En todo Oriente Medio, la destitución de los hombres fuertes, por lo general, ha producido un caos violento, no una gobernanza estable e inclusiva. Durante la era Assad, la minoría alauí gobernó sobre una mayoría suní; la venganza podría estar a la vuelta de la esquina. En términos más generales, la población diversa de Siria podría ser presa fácil de la política de división étnica y sectaria.

De hecho, desde mucho antes de la huida de Assad, Siria ha sido un estado solo de nombre. Su guerra civil dividió al país en numerosos feudos que han estado bajo el control efectivo de grupos rivales muchas veces hostiles. Uno de esos grupos -los kurdos de Siria- está alineado con el Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), una entidad terrorista, lo que llevó a Turquía a tomar control de una amplia franja de territorio en el norte de Siria.

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En medio de estas fracturas existentes, los grupos extremistas podrían aprovechar la caída de Assad y las turbulencias resultantes para reforzar su presencia y poder territorial. Eso es lo que ocurrió en 2014, cuando el Estado Islámico pudo hacerse del control de una parte significativa de Irak y Siria como resultado del caos político en ambos países. Ahora, los grupos extremistas podrían llevar a cabo la misma jugada, razón por la cual Israel ha dedicado los últimos días a construir una “zona de seguridad” más allá de su frontera con Siria, y a destruir arsenales de armas en el país para evitar que caigan en las manos equivocadas.

Un ejemplo de ello es el propio HTS, que comenzó su existencia como socio de Al Qaeda y, al igual que el PKK, sigue siendo considerado grupo terrorista por Estados Unidos y otros países. Aunque los líderes de HTS han prometido moderación e inclusión en su intento de formar un gobierno nacional, el grupo tiene un historial de represión. En términos más generales, las facciones enfrentadas en Siria podrían tratar de ajustar cuentas, en lugar de trabajar mancomunadamente. La influencia de Irán en Siria se ha desmoronado, pero la República Islámica tratará de mantener su influencia mientras sus antiguos apoderados -en particular los alauíes, una secta chiita marginada- compiten con sus rivales por afianzar una posición.

En resumen, hay muchas cosas que pueden salir mal.

De cara al futuro, la trayectoria de Siria dependerá ante todo de la capacidad de sus múltiples actores para lograr una transición política inclusiva. Reconstruir un estado que funcione exigirá restaurar la integridad territorial de Siria, lo que a su vez dependerá de la voluntad de los múltiples actores territoriales de compartir el poder y sacrificar su autonomía en aras de la unidad nacional. El otro desafío clave será forjar un nuevo contrato social que proporcione a los sirios niveles adecuados de seguridad y oportunidades económicas.

Los propios sirios deben hacer la mayor parte del trabajo difícil, pero la comunidad internacional tiene un papel importante que desempeñar. Por empezar, basándose en las duras lecciones aprendidas en Irak, donde el desmantelamiento generalizado del régimen de Baath produjo un caos violento, las potencias externas deberían presionar a los grupos de la oposición recientemente empoderados para que se abstengan de marginar por la fuerza a los alauíes, que formaban la columna vertebral del régimen de Assad.

Las perspectivas de un acuerdo duradero mejorarían significativamente si la élite alauita se integrara adecuadamente en una coalición de gobierno diversa. Por otra parte, Turquía y Estados Unidos deberían presionar a sus apoderados sirios, el Ejército Nacional Sirio y las Fuerzas Democráticas Sirias, respectivamente, para que sean actores constructivos y trabajen con el gobierno de transición, no en su contra.

Las potencias extranjeras también pueden ayudar a evitar un mayor colapso del estado sirio y de su economía. Lograr un acuerdo tras el conflicto será aún más difícil si la calidad de vida sigue deteriorándose, y si no se dispone de servicios básicos como atención médica y educación. Fue precisamente en estas condiciones en las que el cambio de régimen en Irak produjo la radicalización y el fracaso del estado.

Por ello, la comunidad internacional debería poner en marcha un programa de ayuda multilateral que combine asistencia humanitaria y financiera con medidas de capacitación. Como anfitriones de un gran número de refugiados sirios, Turquía y la Unión Europea tienen un gran interés en la pronta aplicación de una estrategia multilateral que fomente las condiciones sociales y económicas adecuadas para el retorno seguro y voluntario de la población desplazada.

La caída de Assad ha creado una oportunidad para la reconstrucción política y económica de un estado árabe clave y la remodelación de su papel regional. Pero los próximos meses son críticos. El historial de esfuerzos por estabilizar a las sociedades tras una situación de conflicto en la región está plagado de fracasos. Siria durante los últimos 13 años es un ejemplo de ello, al igual que Afganistán, Irak y Libia. Ha llegado el momento de hacer las cosas bien.

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