CAMBRIDGE – La pandemia de COVID‑19 modificó las actitudes hacia la salud pública, la política fiscal y el papel del Estado en la economía. Las demandas de una mayor resiliencia de las cadenas de suministro y autonomía estratégica en el desarrollo y la producción de medicamentos dieron lugar al concepto de «soberanía biotecnológica».
El presidente francés Emmanuel Macron, por ejemplo, anunció un ambicioso plan para que Francia produzca al menos veinte bioterapias nuevas de aquí a 2030. Con financiación del banco público de inversión francés, la iniciativa La French Care de su gobierno apunta a dar apoyo al ecosistema biotecnológico local y convertir a Francia en una «nación pionera en tecnología ARNm». Del mismo modo, muchos otros gobiernos (Países Bajos, el Reino Unido y otros) están apostando a su sector biotecnológico.
Este interés es bienvenido, pero ¿será suficiente? Como mostró la experiencia de la COVID, para conseguir autorización para un puñado de vacunas y terapias hay que hacer cientos de ensayos clínicos, para compuestos nuevos y ya existentes, y muchos de esos ensayos fracasan. La innovación médica es cara, y los costos y riesgos que trae aparejados suelen ser materia de incomprensión, tanto de parte de los funcionarios cuanto de la ciudadanía.
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The OpenAI saga – in which founder and CEO Sam Altman was suddenly fired and then reinstated, together with a new governing board – may have been enthralling, but it was neither novel nor surprising. Historically, capital usually wins out when there are competing visions for the future of an innovative product or business model.
shows why OpenAI’s efforts to preserve its founding non-profit mission never stood any chance.
Climate change is expected to displace tens of millions of people by mid-century, especially in the Global South. By enhancing international cooperation, we could improve the lives and livelihoods of the displaced and develop sustainable solutions that enable affected communities to rebuild.
urge leaders to take a holistic approach to addressing the sharp increase in weather-related displacement.
Antara Haldar
advocates a radical rethink of development, explains what went right at the recent AI Safety Summit, highlights the economics discipline’s shortcomings, and more.
CAMBRIDGE – La pandemia de COVID‑19 modificó las actitudes hacia la salud pública, la política fiscal y el papel del Estado en la economía. Las demandas de una mayor resiliencia de las cadenas de suministro y autonomía estratégica en el desarrollo y la producción de medicamentos dieron lugar al concepto de «soberanía biotecnológica».
El presidente francés Emmanuel Macron, por ejemplo, anunció un ambicioso plan para que Francia produzca al menos veinte bioterapias nuevas de aquí a 2030. Con financiación del banco público de inversión francés, la iniciativa La French Care de su gobierno apunta a dar apoyo al ecosistema biotecnológico local y convertir a Francia en una «nación pionera en tecnología ARNm». Del mismo modo, muchos otros gobiernos (Países Bajos, el Reino Unido y otros) están apostando a su sector biotecnológico.
Este interés es bienvenido, pero ¿será suficiente? Como mostró la experiencia de la COVID, para conseguir autorización para un puñado de vacunas y terapias hay que hacer cientos de ensayos clínicos, para compuestos nuevos y ya existentes, y muchos de esos ensayos fracasan. La innovación médica es cara, y los costos y riesgos que trae aparejados suelen ser materia de incomprensión, tanto de parte de los funcionarios cuanto de la ciudadanía.
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