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Los límites de Lagarde

ATENAS – Poco después de la reunión del Eurogrupo de los ministros de Finanzas de la eurozona el 27 de junio de 2015, me topé con un Mario Draghi de aspecto preocupado. El presidente del Banco Central Europeo me preguntó: “¿Qué diablos está haciendo Jeroen?”, en referencia a Jeroen Dijsselbloem, el entonces presidente del Eurogrupo. “Perjudicando a Europa, Mario. Perjudicando a Europa”, respondí. Draghi asintió con la cabeza, con un aire consternado. Tomamos el ascensor hasta la planta baja y nos separamos en silencio.

A los periodistas les resulta natural suponer que Draghi y yo teníamos una relación hostil durante el enfrentamiento de 2015 entre Grecia, a quien yo representaba, y el BCE. Pero el impasse en el que estábamos atascados no había sido causado por un choque de personalidades, y no implicaba ninguna recriminación mutua. En todo caso, reflejaba un fracaso institucional del cual nunca responsabilicé personalmente a Draghi. La hostilidad entre nosotros era innecesaria, y por lo tanto no existía.

Este intercambio fugaz me vino a la mente cuando Draghi recientemente desocupó la silla eléctrica en medio de muchas especulaciones sobre la futura dirección del BCE bajo su sucesora, Christine Lagarde. Me recordó la impotencia no reconocida del presidente del BCE, quien lidera una institución poderosa que es mucho menos independiente en la práctica que en la teoría. Lagarde ahora tendrá que convivir con esa impotencia al dirigir al BCE en un mar de peligros deflacionarios. 

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