WASHINGTON, D.C. – En el torbellino de acontecimientos y noticias que caracterizan la actual crisis mundial, con frecuencia resulta difícil mantener la cabeza clara y hacerse idea de lo que realmente está ocurriendo, pero, cuando damos un paso atrás (cosa que resulta más fácil los días en que los mercados están cerrados), el panorama resulta más claro y también las políticas necesarias.
Permítaseme primero mostrar el escenario mediante tres observaciones sobre la situación actual. En primer lugar, en los países avanzados probablemente ya hayamos pasado lo peor de la crisis financiera. Aún hay minas terrestres, desde permutas de incumplimiento crediticio que no se pueden conocer hasta pérdidas ocultas en los balances, pero los peores momentos de mercados monetarios congelados y obscenas propagaciones de riesgos probablemente sean ya cosa del pasado.
En segundo lugar y desgraciadamente, la crisis financiera se ha trasladado a los países en ascenso. Al cruzar fronteras, las intensas redistribuciones de carteras y la carrera en pos de activos más seguros están creando no sólo crisis financieras, sino también de tipos de cambio. Si a ello sumamos la reducción de la producción en los países avanzados, podemos ver lo que ahora sufren los países en ascenso a consecuencia tanto de costos crediticios mayores y de una reducción de la demanda de exportaciones.
En tercer lugar, en las economías avanzadas, el golpe a la riqueza y más aún el espectro de otra Gran Depresión han incitado a los particulares y a las empresas a reducir el gasto drásticamente. No sólo han revisado sus planes de gasto, sino que, además, en muchos casos han aplazado las compras en espera de que se despeje la incertidumbre. El resultado ha sido una marcada reducción de la producción y del empleo, que ha intensificado los temores sobre el futuro y ha disminuido aún más el gasto.
Pasemos ahora a la política que aplicar. Si mi caracterización de los acontecimientos es correcta, el conjunto de políticas idóneas está claro.
En primer lugar, se deben perfeccionar y consolidar las medidas adoptadas al comienzo para reparar el sistema financiero. Una ventaja de los peores días de la crisis de octubre fue la de atemorizar a los gobiernos y obligarlos actuar en el frente financiero. Los bancos centrales facilitaron liquidez con generosidad.
At a time of escalating global turmoil, there is an urgent need for incisive, informed analysis of the issues and questions driving the news – just what PS has always provided.
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Pero los gobiernos no tardaron en comprender que la cuestión principal era la solvencia. Prometieron aplicar programas encaminados a las compras de activos (para aclarar los balances de las entidades financieras), la recapitalización (para velar por que, en caso de ser solventes, pudieran funcionar y seguir prestando) y garantías (para tranquilizar a los depositantes y a algunos inversores, en el sentido de que sus fondos estaban seguros).
La arquitectura básica para esas medidas ya existe, pero su aplicación ha sido con frecuencia azarosa. Se podrían haber aprendido más rápidamente las enseñanzas que se desprendieron de anteriores crisis bancarias en todo el mundo. Las vueltas y revueltas habidas en algunos de los programas, muy en particular en los Estados Unidos, han creado confusión en los mercados y han hecho que los inversores privados se quedarán esperando una aclaración de las políticas antes de tomar participaciones en las entidades financieras. No me cabe duda de que el aprendizaje en la práctica propiciará la formulación de programas coherentes, pero se ha perdido tiempo.
En segundo lugar, los países con mercados en ascenso deben recibir ayuda para adaptarse a la crisis financiera. No se trata sólo de facilitarles liquidez para que puedan simplemente mantener los tipos de cambio ante grandes salidas de capitales. Muchos inversores que quieren salir ahora no regresarán durante algún tiempo y los países deben aceptarlo y adaptarse al respecto.
En algunos casos, pueden hacerlo por sí mismos, por lo que lo único necesario es el apoyo a la liquidez para evitar un desplome del tipo de cambio y permitir la aplicación del ajuste. En otros casos, las salidas de capitales sólo empeoran situaciones ya difíciles. Esos países necesitan algo más que liquidez: necesitan ayuda financiera para aplicar los ajustes necesarios.
¿Se han adoptado las medidas idóneas de ayuda? Sí y no. En el caso de algunos países, los principales bancos centrales han brindado acceso a la liquidez mediante líneas de crédito. Por su parte, el Fondo Monetario Internacional ha creado un nuevo servicio de liquidez, que permite a los países que reúnan los requisitos previos solicitar y obtener fondos con poca o ninguna condicionalidad.
De momento, esas disposiciones han sido suficientes, pero se debe facilitar liquidez de un modo más coherente y amplio. En cuanto a los países que necesiten más ayuda, ésa es la función natural del FMI. Varios países han obtenido ya fondos con cargo a los créditos para programas y tenemos motivos para preocuparnos por que se agoten los fondos antes de que haya pasado la crisis.
En tercer lugar, los gobiernos deben contrarrestar la drástica reducción del consumo y la demanda de inversión. A falta de políticas sólidas, resulta demasiado fácil concebir hipótesis alarmantes, en el sentido de que una producción afectada por la depresión y los problemas en el sistema financiero se retroalimenten y propicien grandes reducciones de la producción. Así, pues, es esencial que los gobiernos digan con toda claridad que harán todo lo posible para eliminar ese riesgo de reducción del valor de la inversión.
¿Pueden hacerlo de forma creíble? La respuesta es que sí. Con unos tipos de interés ya bajos, el margen para la política monetaria es limitado, pero el de la política fiscal es mayor, por lo que los gobiernos deben hacer dos cosas urgentemente. En primer lugar, en los países en los que haya margen fiscal, deben anunciar expansiones creíbles; en el FMI creemos que, en conjunto, una expansión fiscal mundial del 2 por ciento, aproximadamente, del PIB mundial es viable y apropiada.
Por último –y resulta igualmente importante–, los gobiernos deben indicar que, si las condiciones se deterioran, se aplicará una mayor expansión fiscal. Sólo con ese compromiso se convencerán los particulares y las empresas de que no vamos camino de la repetición de la Gran Depresión y comenzarán a gastar de nuevo.
Estoy convencido de que, si se aplican esas políticas, al final de 2009, si no antes, la economía mundial empezará a recuperarse de la crisis.
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Is Caesarism – a term invented in the nineteenth century to describe Napoleon’s particular form of rule – a good analogy for understanding Donald Trump and his political project? Despite some striking parallels, the illusion that America’s president has created lacks any basis in genuine achievements.
considers whether there is anything to lean from analogizing Donald Trump to Napoleon.
If we truly want to strengthen Europe, the first step is not to rearm. It is to forge the democratic union without which stagnation will continue to erode Europe’s capacities, rendering it unable to rebuild what is left of Ukraine once Vladimir Putin is finished with it.
argues that Europe's security depends above all on forging the democratic union that true strength requires.
WASHINGTON, D.C. – En el torbellino de acontecimientos y noticias que caracterizan la actual crisis mundial, con frecuencia resulta difícil mantener la cabeza clara y hacerse idea de lo que realmente está ocurriendo, pero, cuando damos un paso atrás (cosa que resulta más fácil los días en que los mercados están cerrados), el panorama resulta más claro y también las políticas necesarias.
Permítaseme primero mostrar el escenario mediante tres observaciones sobre la situación actual. En primer lugar, en los países avanzados probablemente ya hayamos pasado lo peor de la crisis financiera. Aún hay minas terrestres, desde permutas de incumplimiento crediticio que no se pueden conocer hasta pérdidas ocultas en los balances, pero los peores momentos de mercados monetarios congelados y obscenas propagaciones de riesgos probablemente sean ya cosa del pasado.
En segundo lugar y desgraciadamente, la crisis financiera se ha trasladado a los países en ascenso. Al cruzar fronteras, las intensas redistribuciones de carteras y la carrera en pos de activos más seguros están creando no sólo crisis financieras, sino también de tipos de cambio. Si a ello sumamos la reducción de la producción en los países avanzados, podemos ver lo que ahora sufren los países en ascenso a consecuencia tanto de costos crediticios mayores y de una reducción de la demanda de exportaciones.
En tercer lugar, en las economías avanzadas, el golpe a la riqueza y más aún el espectro de otra Gran Depresión han incitado a los particulares y a las empresas a reducir el gasto drásticamente. No sólo han revisado sus planes de gasto, sino que, además, en muchos casos han aplazado las compras en espera de que se despeje la incertidumbre. El resultado ha sido una marcada reducción de la producción y del empleo, que ha intensificado los temores sobre el futuro y ha disminuido aún más el gasto.
Pasemos ahora a la política que aplicar. Si mi caracterización de los acontecimientos es correcta, el conjunto de políticas idóneas está claro.
En primer lugar, se deben perfeccionar y consolidar las medidas adoptadas al comienzo para reparar el sistema financiero. Una ventaja de los peores días de la crisis de octubre fue la de atemorizar a los gobiernos y obligarlos actuar en el frente financiero. Los bancos centrales facilitaron liquidez con generosidad.
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La arquitectura básica para esas medidas ya existe, pero su aplicación ha sido con frecuencia azarosa. Se podrían haber aprendido más rápidamente las enseñanzas que se desprendieron de anteriores crisis bancarias en todo el mundo. Las vueltas y revueltas habidas en algunos de los programas, muy en particular en los Estados Unidos, han creado confusión en los mercados y han hecho que los inversores privados se quedarán esperando una aclaración de las políticas antes de tomar participaciones en las entidades financieras. No me cabe duda de que el aprendizaje en la práctica propiciará la formulación de programas coherentes, pero se ha perdido tiempo.
En segundo lugar, los países con mercados en ascenso deben recibir ayuda para adaptarse a la crisis financiera. No se trata sólo de facilitarles liquidez para que puedan simplemente mantener los tipos de cambio ante grandes salidas de capitales. Muchos inversores que quieren salir ahora no regresarán durante algún tiempo y los países deben aceptarlo y adaptarse al respecto.
En algunos casos, pueden hacerlo por sí mismos, por lo que lo único necesario es el apoyo a la liquidez para evitar un desplome del tipo de cambio y permitir la aplicación del ajuste. En otros casos, las salidas de capitales sólo empeoran situaciones ya difíciles. Esos países necesitan algo más que liquidez: necesitan ayuda financiera para aplicar los ajustes necesarios.
¿Se han adoptado las medidas idóneas de ayuda? Sí y no. En el caso de algunos países, los principales bancos centrales han brindado acceso a la liquidez mediante líneas de crédito. Por su parte, el Fondo Monetario Internacional ha creado un nuevo servicio de liquidez, que permite a los países que reúnan los requisitos previos solicitar y obtener fondos con poca o ninguna condicionalidad.
De momento, esas disposiciones han sido suficientes, pero se debe facilitar liquidez de un modo más coherente y amplio. En cuanto a los países que necesiten más ayuda, ésa es la función natural del FMI. Varios países han obtenido ya fondos con cargo a los créditos para programas y tenemos motivos para preocuparnos por que se agoten los fondos antes de que haya pasado la crisis.
En tercer lugar, los gobiernos deben contrarrestar la drástica reducción del consumo y la demanda de inversión. A falta de políticas sólidas, resulta demasiado fácil concebir hipótesis alarmantes, en el sentido de que una producción afectada por la depresión y los problemas en el sistema financiero se retroalimenten y propicien grandes reducciones de la producción. Así, pues, es esencial que los gobiernos digan con toda claridad que harán todo lo posible para eliminar ese riesgo de reducción del valor de la inversión.
¿Pueden hacerlo de forma creíble? La respuesta es que sí. Con unos tipos de interés ya bajos, el margen para la política monetaria es limitado, pero el de la política fiscal es mayor, por lo que los gobiernos deben hacer dos cosas urgentemente. En primer lugar, en los países en los que haya margen fiscal, deben anunciar expansiones creíbles; en el FMI creemos que, en conjunto, una expansión fiscal mundial del 2 por ciento, aproximadamente, del PIB mundial es viable y apropiada.
Por último –y resulta igualmente importante–, los gobiernos deben indicar que, si las condiciones se deterioran, se aplicará una mayor expansión fiscal. Sólo con ese compromiso se convencerán los particulares y las empresas de que no vamos camino de la repetición de la Gran Depresión y comenzarán a gastar de nuevo.
Estoy convencido de que, si se aplican esas políticas, al final de 2009, si no antes, la economía mundial empezará a recuperarse de la crisis.