LONDRES – cuando el ex presidente checo, Václav Havel, tocó a la puerta de la embajada china en Praga para exigir la liberación del escritor, Liu Xiaobo, tuve una espeluznante sensación de déjà vu. Hace 33 años, Havel había ayudado a iniciar la Carta 77, el documento histórico que cristalizó los ideales de todos los disidentes –y muchos otros- atrapados detrás de la Cortina de Hierro.
Havel, por supuesto, fue premiado por sus esfuerzos con una larga sentencia en prisión. Ahora, Liu ha sido sentenciado a 11 años de prisión por prácticamente el mismo crimen: el inicio de la Carta 08, quizá el más valiente intento para trazar una vía pacífica hacia la libertad en China.
Se dice que la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa. Y en efecto, es ridículo que el gobierno chino trate de suprimir el anhelo de libertad con los mismos métodos brutales que alguna vez utilizaron los comunistas de la era soviética. Al encarcelar a Liu por la absurda acusación de tratar de derrocar al Estado chino es típico del tipo de pensamiento de las sociedades cerradas del comunismo del Siglo XX, en el que el Estado ejerció su derecho absoluto a juzgar cada pensamiento y cada pensador.
En tal Estado, la única forma de sobrevivir era que todos se convirtieran en su propia policía del pensamiento: la autocensura y no atreverse a cuestionar. Sin embargo, juzgar y encarcelar la propia mente o cualquier otra mente, es criminalizar la civilización.
Además, en la era actual de Internet, ninguna prisión o censura puede destruir una idea cuya hora haya llegado. En su lucha presente contra Google, por ejemplo, el gobierno de China parece pensar que sus técnicos pueden ofrecerle los medios para mantener el antiguo control de pensamiento. Pero, afortunadamente, para cualquiera con persistencia y un mínimo de habilidades en informática, las filtraciones en Internet pasan como en coladera.
El gran avance de la economía china en los últimos treinta años es algo que celebran los chinos. No obstante, la encarcelación de Liu también muestra en términos muy duros que el abandono de los derechos humanos de China está fluyendo al resto del mundo junto con la masa de productos chinos. En efecto, se está haciendo cada vez más claro que China abrió su economía solamente para mantener a los muy poderosos dirigentes en el gobierno, no para respetar y mejorar las vidas de los ciudadanos chinos.
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Aunque el gobierno chino no observa ninguno de sus compromisos internacionales en materia de derechos económicos, sociales y culturales, las democracias del mundo parecen haber perdido su voluntad para defender sus creencias, como desafortunadamente lo mostró el doblegamiento del presidente Barack Obama durante su visita de noviembre. Sin embargo, fue el rechazo a sujetarse a los valores del nazismo y el comunismo en el siglo XX lo que aseguró el éxito de la libertad. Hoy, la libertad requiere el mismo tipo de defensa incondicional.
Sí, la civilización parece estar a la defensiva. Aunque muchas personas parecen estar en negación acerca de esto, la política se ha retirado de la renovación de la larga batalla por la democracia y la libertad del siglo pasado. El modelo chino de capitalismo autoritario parece triunfante, pero no hay nada realmente nuevo en este modelo, como todas las dictaduras, priva a las personas de los derechos políticos y la libertad de expresión. Además, los intelectuales chinos se enfrentan a la más cruel de las realidades: la dura represión y una audiencia popular dedicada a las riquezas y el materialismo.
Sin embargo, la globalización de los intereses comerciales si cuenta con algo de poder para restringir el autoritarismo chino –en particular sus esfuerzos para reprimir a los pueblos de Tíbet y Xinjiang- si solamente las democracias del mundo lo usaran. Los Estados débiles, por supuesto, tienden a ser cínicos respecto del poder creciente de China. El problema es que la crisis económica global ha llevado incluso a los países occidentales avanzados a cuestionar la conveniencia de permitir que la civilización política de derechos humanos interfiera en la búsqueda del crecimiento económico.
Los políticos democráticos no deben renunciar a sus conciencias para atraer a sus propios ciudadanos económicamente nerviosos o al régimen chino. Esa ruta sólo conducirá a la decadencia moral y política. Havel captó perfectamente esta idea cuando criticó el silencio de Obama en Beijing sobre los derechos humanos. Tal degradación sólo hará que la gente empiece a dudar de la democracia como sistema social de vida.
Afortunadamente, la acción de los chinos de meter en prisión a Liu Xiaobo no redundará en sus esfuerzos, como decimos nosotros los chinos, de asustar al mono matando un pollo. Liu es demasiado invisible entre los chinos comunes y corrientes para que surta efecto. No, la encarcelación de Liu está dirigida a los que valoran la democracia, tanto en China como en el exterior. Es un intento para criminalizar las ideas democráticas y obligar al pueblo a elegir entre ellos y los negocios con China.
Esa es una opción falsa. La economía china necesita de los mercados mundiales tanto como los mercados mundiales necesitan de China, si no es que más. Además, la tendencia de Occidente de apaciguar a China gradualmente hará que los chinos comunes y corrientes pierdan la confianza en que la modernización económica algún día los liberará. Así, pues, el silencio continuo cuando poetas, escritores o abogados –personas como Shi Tao, Yang Tianshui y Tan Zuoren- son tratados como criminales sólo asegurará que los mercados chinos acaben por perderse junto con las libertades chinas. Una sociedad cerrada al final regresará a una economía cerrada.
El verdadero criminal en el asunto Liu Xiaobo es, por supuesto, el Estado chino. Pero los que piensan que el autoritarismo político mutante de China, así como su poderosa economía pueden prevalecer mucho tiempo también son culpables. Ese sistema es tan inadecuado para el futuro como el sistema de Mao lo fue en el pasado.
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Donald Trump's return to the White House will almost certainly trigger an unmanaged decoupling of the world’s most important geopolitical relationship, increasing the risk of global economic disruption and crisis. After all, Chinese leaders will be far less conciliatory than they were during his first term.
thinks Xi Jinping's government will be less accommodative of the “Tariff Man's” demands this time around.
No matter how committed Donald Trump and his oligarch cronies are to a tax cut, the laws of arithmetic cannot be repealed. If only a handful of Republican lawmakers keep their promise not to increase the US budget deficit, there is no way that the incoming administration can enact its economic agenda and keep the government running.
points out that no amount of bluster or strong-arming can overcome the laws of arithmetic.
LONDRES – cuando el ex presidente checo, Václav Havel, tocó a la puerta de la embajada china en Praga para exigir la liberación del escritor, Liu Xiaobo, tuve una espeluznante sensación de déjà vu. Hace 33 años, Havel había ayudado a iniciar la Carta 77, el documento histórico que cristalizó los ideales de todos los disidentes –y muchos otros- atrapados detrás de la Cortina de Hierro.
Havel, por supuesto, fue premiado por sus esfuerzos con una larga sentencia en prisión. Ahora, Liu ha sido sentenciado a 11 años de prisión por prácticamente el mismo crimen: el inicio de la Carta 08, quizá el más valiente intento para trazar una vía pacífica hacia la libertad en China.
Se dice que la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa. Y en efecto, es ridículo que el gobierno chino trate de suprimir el anhelo de libertad con los mismos métodos brutales que alguna vez utilizaron los comunistas de la era soviética. Al encarcelar a Liu por la absurda acusación de tratar de derrocar al Estado chino es típico del tipo de pensamiento de las sociedades cerradas del comunismo del Siglo XX, en el que el Estado ejerció su derecho absoluto a juzgar cada pensamiento y cada pensador.
En tal Estado, la única forma de sobrevivir era que todos se convirtieran en su propia policía del pensamiento: la autocensura y no atreverse a cuestionar. Sin embargo, juzgar y encarcelar la propia mente o cualquier otra mente, es criminalizar la civilización.
Además, en la era actual de Internet, ninguna prisión o censura puede destruir una idea cuya hora haya llegado. En su lucha presente contra Google, por ejemplo, el gobierno de China parece pensar que sus técnicos pueden ofrecerle los medios para mantener el antiguo control de pensamiento. Pero, afortunadamente, para cualquiera con persistencia y un mínimo de habilidades en informática, las filtraciones en Internet pasan como en coladera.
El gran avance de la economía china en los últimos treinta años es algo que celebran los chinos. No obstante, la encarcelación de Liu también muestra en términos muy duros que el abandono de los derechos humanos de China está fluyendo al resto del mundo junto con la masa de productos chinos. En efecto, se está haciendo cada vez más claro que China abrió su economía solamente para mantener a los muy poderosos dirigentes en el gobierno, no para respetar y mejorar las vidas de los ciudadanos chinos.
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Aunque el gobierno chino no observa ninguno de sus compromisos internacionales en materia de derechos económicos, sociales y culturales, las democracias del mundo parecen haber perdido su voluntad para defender sus creencias, como desafortunadamente lo mostró el doblegamiento del presidente Barack Obama durante su visita de noviembre. Sin embargo, fue el rechazo a sujetarse a los valores del nazismo y el comunismo en el siglo XX lo que aseguró el éxito de la libertad. Hoy, la libertad requiere el mismo tipo de defensa incondicional.
Sí, la civilización parece estar a la defensiva. Aunque muchas personas parecen estar en negación acerca de esto, la política se ha retirado de la renovación de la larga batalla por la democracia y la libertad del siglo pasado. El modelo chino de capitalismo autoritario parece triunfante, pero no hay nada realmente nuevo en este modelo, como todas las dictaduras, priva a las personas de los derechos políticos y la libertad de expresión. Además, los intelectuales chinos se enfrentan a la más cruel de las realidades: la dura represión y una audiencia popular dedicada a las riquezas y el materialismo.
Sin embargo, la globalización de los intereses comerciales si cuenta con algo de poder para restringir el autoritarismo chino –en particular sus esfuerzos para reprimir a los pueblos de Tíbet y Xinjiang- si solamente las democracias del mundo lo usaran. Los Estados débiles, por supuesto, tienden a ser cínicos respecto del poder creciente de China. El problema es que la crisis económica global ha llevado incluso a los países occidentales avanzados a cuestionar la conveniencia de permitir que la civilización política de derechos humanos interfiera en la búsqueda del crecimiento económico.
Los políticos democráticos no deben renunciar a sus conciencias para atraer a sus propios ciudadanos económicamente nerviosos o al régimen chino. Esa ruta sólo conducirá a la decadencia moral y política. Havel captó perfectamente esta idea cuando criticó el silencio de Obama en Beijing sobre los derechos humanos. Tal degradación sólo hará que la gente empiece a dudar de la democracia como sistema social de vida.
Afortunadamente, la acción de los chinos de meter en prisión a Liu Xiaobo no redundará en sus esfuerzos, como decimos nosotros los chinos, de asustar al mono matando un pollo. Liu es demasiado invisible entre los chinos comunes y corrientes para que surta efecto. No, la encarcelación de Liu está dirigida a los que valoran la democracia, tanto en China como en el exterior. Es un intento para criminalizar las ideas democráticas y obligar al pueblo a elegir entre ellos y los negocios con China.
Esa es una opción falsa. La economía china necesita de los mercados mundiales tanto como los mercados mundiales necesitan de China, si no es que más. Además, la tendencia de Occidente de apaciguar a China gradualmente hará que los chinos comunes y corrientes pierdan la confianza en que la modernización económica algún día los liberará. Así, pues, el silencio continuo cuando poetas, escritores o abogados –personas como Shi Tao, Yang Tianshui y Tan Zuoren- son tratados como criminales sólo asegurará que los mercados chinos acaben por perderse junto con las libertades chinas. Una sociedad cerrada al final regresará a una economía cerrada.
El verdadero criminal en el asunto Liu Xiaobo es, por supuesto, el Estado chino. Pero los que piensan que el autoritarismo político mutante de China, así como su poderosa economía pueden prevalecer mucho tiempo también son culpables. Ese sistema es tan inadecuado para el futuro como el sistema de Mao lo fue en el pasado.