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Los responsables de las políticas y su fantasía en torno de la tecnología verde

MILÁN – La administración del presidente norteamericano, Joe Biden, incluyó subsidios verdes generosos en la Ley de Reducción de la Inflación, que apunta a construir una “economía de energía limpia alimentada por los innovadores estadounidenses”. El expresidente del Banco Central Europeo y ex primer ministro italiano Mario Draghi ha presentado un informe influyente ante la Comisión Europea donde sostiene que el futuro de la economía europea depende de una estrategia dual de competitividad y descarbonización. Y China ha invertido fuertemente en transformar las “tres nuevas” industrias -energía solar fotovoltaica, baterías de iones de litio y vehículos eléctricos (VE)- en motores de exportación.

Los detalles son diferentes, pero la idea subyacente es la misma: respaldar a las industrias verdes de alta tecnología es la clave no solo para un futuro sostenible, sino también para un futuro que sea próspero. ¿Pero hasta qué punto es creíble esta lógica? ¿Una economía grande como Estados Unidos, la Unión Europea o China realmente se puede construir sobre la base de un cimiento de tecnología verde?

Probablemente no. Por empezar, la energía representa solo un pequeño porcentaje de estas economías y, en la mayoría de las industrias, la energía representa apenas el 2-5% de los costos totales. Por supuesto, ese porcentaje es mucho más alto -más del 10%- para ciertos sectores de alto consumo de energía, como el cemento, el hierro y el acero, y los materiales para la construcción. Pero es poco probable que estos sectores contribuyan demasiado a una economía alimentada con tecnología verde.

Más importante es el hecho de que la transición verde requerirá de mucha menos tecnología nueva de lo que se cree normalmente. Para el futuro previsible, el grueso de la energía de cero emisiones de carbono que necesita el mundo será proporcionada por tecnologías existentes: paneles solares, turbinas eólicas y baterías. Las células solares ya existen desde hace casi medio siglo, aunque las primeras versiones eran tan abultadas y costosas que se las utilizaba exclusivamente para los satélites. Las turbinas eólicas están entre nosotros desde hace más tiempo. Hasta las baterías de iones de litio están en el mercado desde hace más de 30 años.

Efectivamente, hay espacio para más investigación y desarrollo; se pueden descubrir nuevas maneras de producir estos bienes. Pero el impacto de los futuros avances en estas tecnologías será limitado. Por ejemplo, si bien es posible mejorar la gestión de redes “inteligentes” -recurriendo, inclusive, a la inteligencia artificial-, las pérdidas en los sistemas de electricidad y transmisión son, en gran medida, inevitables. En definitiva, la rápida adopción de energías renovables no depende de una innovación de vanguardia, sino de la tarea cotidiana de hacer bajar la curva de costos de las tecnologías conocidas.

Otra razón por la que sería difícil construir una economía fuerte sobre la base de cimentos de tecnología verde es que los bienes en estado sólido, como los módulos y las baterías solares, son mas adecuados para la producción masiva. Esto implica que exigen una gran inversión inicial y, a medida que escala la producción, tanto los costos como los precios caen. El año pasado, las exportaciones chinas de módulos solares fueron 33% superiores en términos de capacidad de generación, pero su valor en realidad cayó ligeramente, porque los precios unitarios bajaron un tercio. Probablemente suceda algo similar con las baterías.

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En otras palabras, un país que busca liderar en tecnologías verdes podría ver que está gastando sumas cada vez mayores para aumentar su capacidad de producción de bienes cuyos precios siguen cayendo. China, con sus grandes excedentes de ahorros, puede permitirse este tipo de inversiones -y el mundo entero se beneficia si se construyen dos fábricas de módulos solares donde solo haría falta una (especialmente si la alternativa son más ciudades fantasma)-, pero Estados Unidos y la UE no pueden hacerlo.

Inclusive en el caso de China, no está claro hasta qué punto el alza de las exportaciones en las “tres nuevas” industrias se ha traducido en un mayor crecimiento del PIB. Si bien están produciendo bienes con un componente de alta tecnología significativamente mayor que los “tres viejos” motores de exportación -a saber, los electrodomésticos hogareños, los muebles y la ropa-, por el momento, funcionan principalmente a pérdida. Y en lo que concierte a los VE, el modelo y la marca -que nada tienen que ver con la tecnología verde- importan mucho más que el desempeño, y aquí los productores chinos no tienen una ventaja natural. Como sea, los VE prácticamente no cuentan como una industria separada de las baterías de las que dependen.

Un obstáculo clave para el rápido despliegue de los beneficios de las energías renovables son los “costos blandos” -como los permisos, la planificación y el marketing- que suelen caer mucho más lentamente que los costos del hardware. En lo que concierne a la difusión de la energía solar, por ejemplo, se estima que estos costos son al menos tan importantes como el costo de los propios paneles.

Uno de los elementos más costosos de la transición a emisiones cero netas será la aislación de los edificios. En la UE, esta tarea -que exige solo materiales conocidos, artesanos capacitados y una planificación eficiente- muchas veces comprende un alto porcentaje de las necesidades de inversión total estimada. Los países que progresen más rápido en este frente serán los que tengan trabajadores de la construcción mejor capacitados y menos procedimientos engorrosos de construcción y planificación -no los que produzcan los equipos de mayor tecnología.

La tarea de descarbonizar al sector energético y, posteriormente, a la economía en su totalidad es tan urgente como monumental. Pero, en lugar de centrarse en volverse un “líder” en tecnología verde -una estrategia que no necesariamente conducirá a un dinamismo económico-, los responsables de las políticas deberían desviar su atención hacia las actividades muchas veces poco rimbombantes que son las que, en definitiva, acelerarán el progreso.

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