WASHINGTON, DC – El mundo está en una encrucijada. El futuro de la vida en el planeta (nuestro futuro) está en peligro. La humanidad fue demasiado lejos buscando riqueza. Los datos muestran que hemos alterado más del 75% de las áreas libres de hielo del mundo. Más de la mitad de la superficie habitable del planeta se está usando para producir alimento, y las tierras vírgenes constituyen menos del 25% del total. No le fue mejor al océano: en los últimos cien años hemos extraído del mar el 90% de los grandes peces, y hay sobrepesca en el 63% de las pesquerías.
Para colmo de males, la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) procedentes de la industria, la agricultura y la deforestación aumentó considerablemente desde 1970. La aceleración del calentamiento global antropogénico hace imposible ignorar la pérdida de áreas naturales o la amenaza del cambio climático.
Ya sabemos que si de aquí a 2030 no reducimos la conversión de tierras y las emisiones de GEI, será imposible limitar el calentamiento global a no más de 2 °C por encima de los niveles preindustriales, como prevé el acuerdo climático de París (2015). Además, incluso un calentamiento de 1,5 °C supone una grave amenaza a la biología del planeta, al acelerar una sexta extinción en masa que ya se está produciendo. La destrucción de ecosistemas afectará la calidad de vida de todas las especies (incluidos los seres humanos).
La alteración de los ecosistemas implica necesariamente una reducción de los bienes naturales que proveen: agua y aire no contaminados, polinización de cultivos, protección contra tormentas. Hay estudios que muestran que la pérdida de acceso a agua potable y la intensificación de tormentas y sequías relacionadas con el cambio climático puede crear 100 millones de personas desplazadas sólo en los próximos treinta años.
Pero el aumento de temperaturas no afectará solamente a los seres humanos: compartimos el planeta con cerca de nueve millones de especies de plantas y animales. El derrumbe de los ecosistemas generará presiones crecientes sobre todas las especies, grandes y pequeñas, que se verán obligadas a adaptarse o perecer. Muchas se extinguirán, después de lo cual a la Tierra le llevará millones de años recuperar la amplitud y variedad de la biodiversidad. Las consecuencias para la humanidad de la alteración fundamental e irreversible del planeta serán inmediatas y generalizadas.
Para evitar esta posibilidad, debemos recordar ante todo que el acuerdo climático de París (2015) siempre fue una solución a medias: se ocupa de las causas del calentamiento global, pero no de los riesgos para los sistemas naturales de los que depende la vida. Hoy, sólo el 15% de la tierra y el 7% de los océanos están protegidos. Pero hay estudios que muestran que de aquí a 2030 debemos proteger el doble de tierra y el cuádruple de superficie oceánica sólo para preservar ecosistemas esenciales y evitar los efectos más catastróficos del cambio climático. De modo que la protección de áreas naturales es el eslabón que falta para mantener la prosperidad en un mundo cada vez más cálido.
Anticipándose a la reunión del Convenio de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica que tendrá lugar este año en Kunming (China), científicos y otras partes interesadas han elaborado un pacto mundial para la naturaleza; este plan con plazos y base científica para proteger el 30% de la superficie terrestre y marina de aquí a 2030 es un paso esencial para lograr la conservación del 50% de la Tierra en estado natural en 2050. En los próximos diez años tenemos que hacer más en lo referido a la conservación que en todo el siglo que pasó. Para alcanzar este objetivo se necesita una aceleración colectiva inmediata de las iniciativas conservacionistas en todo el mundo.
Igual de importante que la cantidad de tierras y mares protegidos son la diversidad y la salud de las áreas naturales. Hay que proteger las áreas terrestres para evitar daños a los ecosistemas de los que dependen las especies amenazadas, mitigar el cambio climático y preservar la biodiversidad. Y en el océano, prevenir la destrucción de las especies y mantener pesquerías sostenibles demanda la protección integral de hábitats cruciales, especies amenazadas y corredores migratorios.
Es una tarea enorme, pero proteger el 30% de las tierras y los mares de aquí a 2030 es totalmente alcanzable. Los escépticos dirán que necesitamos usar las tierras y los océanos para alimentar a los diez mil millones de personas que, según se calcula, compartirán el planeta en 2050, y que las medidas de protección propuestas son demasiado costosas o difíciles. Pero la ciencia muestra que la meta del 30% es alcanzable usando tecnologías que ya existen y sin modificar los modelos de consumo actuales, siempre que haya cambios en las políticas, modos de producción y gastos de gobiernos y empresas.
Además, la demanda de alimentos para sostener a la creciente población se puede satisfacer sin aumentar la superficie dedicada a la agricultura: basta reducir el derroche de alimentos. Pero también tenemos que recuperar la pesca artesanal de cercanía y crear modos de agricultura regenerativa que provean alimentos locales más saludables, logrando al mismo tiempo la reconstitución de los suelos y una absorción importante del carbono emitido a la atmósfera. Redirigiendo una parte de la financiación pública que cada año se usa para subsidiar prácticas pesqueras y agrícolas insostenibles podríamos proteger áreas naturales que proveen a la humanidad «servicios del ecosistema» cuyo valor anual asciende a 125 billones de dólares. La identificación y mitigación de riesgos de origen natural que afectan a las empresas nos permitirá crear una economía sostenible que beneficie a la humanidad y a la naturaleza en forma simultánea.
Tenemos una sola oportunidad de hacerlo bien. Extender las áreas naturales protegidas es una meta ambiciosa, pero necesaria para asegurarle un futuro próspero a la humanidad y a todas las especies con las que compartimos el planeta. El Pacto Mundial para la Naturaleza, sumado al acuerdo de París, puede salvar la diversidad y abundancia de la vida en la Tierra. De nuestra capacidad para asumir el desafío depende nada menos que nuestro futuro.
Traducción: Esteban Flamini
WASHINGTON, DC – El mundo está en una encrucijada. El futuro de la vida en el planeta (nuestro futuro) está en peligro. La humanidad fue demasiado lejos buscando riqueza. Los datos muestran que hemos alterado más del 75% de las áreas libres de hielo del mundo. Más de la mitad de la superficie habitable del planeta se está usando para producir alimento, y las tierras vírgenes constituyen menos del 25% del total. No le fue mejor al océano: en los últimos cien años hemos extraído del mar el 90% de los grandes peces, y hay sobrepesca en el 63% de las pesquerías.
Para colmo de males, la emisión de gases de efecto invernadero (GEI) procedentes de la industria, la agricultura y la deforestación aumentó considerablemente desde 1970. La aceleración del calentamiento global antropogénico hace imposible ignorar la pérdida de áreas naturales o la amenaza del cambio climático.
Ya sabemos que si de aquí a 2030 no reducimos la conversión de tierras y las emisiones de GEI, será imposible limitar el calentamiento global a no más de 2 °C por encima de los niveles preindustriales, como prevé el acuerdo climático de París (2015). Además, incluso un calentamiento de 1,5 °C supone una grave amenaza a la biología del planeta, al acelerar una sexta extinción en masa que ya se está produciendo. La destrucción de ecosistemas afectará la calidad de vida de todas las especies (incluidos los seres humanos).
La alteración de los ecosistemas implica necesariamente una reducción de los bienes naturales que proveen: agua y aire no contaminados, polinización de cultivos, protección contra tormentas. Hay estudios que muestran que la pérdida de acceso a agua potable y la intensificación de tormentas y sequías relacionadas con el cambio climático puede crear 100 millones de personas desplazadas sólo en los próximos treinta años.
Pero el aumento de temperaturas no afectará solamente a los seres humanos: compartimos el planeta con cerca de nueve millones de especies de plantas y animales. El derrumbe de los ecosistemas generará presiones crecientes sobre todas las especies, grandes y pequeñas, que se verán obligadas a adaptarse o perecer. Muchas se extinguirán, después de lo cual a la Tierra le llevará millones de años recuperar la amplitud y variedad de la biodiversidad. Las consecuencias para la humanidad de la alteración fundamental e irreversible del planeta serán inmediatas y generalizadas.
Para evitar esta posibilidad, debemos recordar ante todo que el acuerdo climático de París (2015) siempre fue una solución a medias: se ocupa de las causas del calentamiento global, pero no de los riesgos para los sistemas naturales de los que depende la vida. Hoy, sólo el 15% de la tierra y el 7% de los océanos están protegidos. Pero hay estudios que muestran que de aquí a 2030 debemos proteger el doble de tierra y el cuádruple de superficie oceánica sólo para preservar ecosistemas esenciales y evitar los efectos más catastróficos del cambio climático. De modo que la protección de áreas naturales es el eslabón que falta para mantener la prosperidad en un mundo cada vez más cálido.
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Igual de importante que la cantidad de tierras y mares protegidos son la diversidad y la salud de las áreas naturales. Hay que proteger las áreas terrestres para evitar daños a los ecosistemas de los que dependen las especies amenazadas, mitigar el cambio climático y preservar la biodiversidad. Y en el océano, prevenir la destrucción de las especies y mantener pesquerías sostenibles demanda la protección integral de hábitats cruciales, especies amenazadas y corredores migratorios.
Es una tarea enorme, pero proteger el 30% de las tierras y los mares de aquí a 2030 es totalmente alcanzable. Los escépticos dirán que necesitamos usar las tierras y los océanos para alimentar a los diez mil millones de personas que, según se calcula, compartirán el planeta en 2050, y que las medidas de protección propuestas son demasiado costosas o difíciles. Pero la ciencia muestra que la meta del 30% es alcanzable usando tecnologías que ya existen y sin modificar los modelos de consumo actuales, siempre que haya cambios en las políticas, modos de producción y gastos de gobiernos y empresas.
Además, la demanda de alimentos para sostener a la creciente población se puede satisfacer sin aumentar la superficie dedicada a la agricultura: basta reducir el derroche de alimentos. Pero también tenemos que recuperar la pesca artesanal de cercanía y crear modos de agricultura regenerativa que provean alimentos locales más saludables, logrando al mismo tiempo la reconstitución de los suelos y una absorción importante del carbono emitido a la atmósfera. Redirigiendo una parte de la financiación pública que cada año se usa para subsidiar prácticas pesqueras y agrícolas insostenibles podríamos proteger áreas naturales que proveen a la humanidad «servicios del ecosistema» cuyo valor anual asciende a 125 billones de dólares. La identificación y mitigación de riesgos de origen natural que afectan a las empresas nos permitirá crear una economía sostenible que beneficie a la humanidad y a la naturaleza en forma simultánea.
Tenemos una sola oportunidad de hacerlo bien. Extender las áreas naturales protegidas es una meta ambiciosa, pero necesaria para asegurarle un futuro próspero a la humanidad y a todas las especies con las que compartimos el planeta. El Pacto Mundial para la Naturaleza, sumado al acuerdo de París, puede salvar la diversidad y abundancia de la vida en la Tierra. De nuestra capacidad para asumir el desafío depende nada menos que nuestro futuro.
Traducción: Esteban Flamini