TEL AVIV – ¿Qué implica el tercer mandato, sin precedentes, del presidente Recep Tayyip Erdoğan para la política exterior turca? No mucho. De hecho, incluso si la oposición hubiera ganado, solo hubiera cambiado el estilo, pero no lo sustancial. Para Turquía, lograr un equilibrio pragmático entre sus obligaciones como miembro de la OTAN y las relaciones de trabajo con Rusia y China es un imperativo cultural y estratégico inevitable.
Erdoğan puede ser un autócrata islamista con mecha corta, pero en términos del papel de Turquía en el mundo es indudablemente práctico. Desde hace mucho se dirige a los votantes frustrados con ataques periódicos a Occidente, promocionando el «euroasianismo» que tradicionalmente ha sido el grito de guerra de la extrema izquierda en Turquía. Además, en una época de realineamiento mundial, decidió que lo mejor para Turquía es cubrir sus apuestas relacionándose con los antagonistas de Occidente.
Pero Erdoğan —quien a principios de su presidencia dio pasos significativos para cumplir con los criterios de ingreso a la Unión Europea— sabe que a su país también le conviene evitar alienar a Estados Unidos y Europa. Abandonar la OTAN, desconectarse de Europa y unirse a la facción «antiimperialista» liderada por Rusia y China nunca fue una opción para la Turquía posotomana.
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The prevailing narrative that frames Israel as a colonial power suppressing Palestinians’ struggle for statehood grossly oversimplifies a complicated conflict and inadvertently vindicates the region’s most oppressive regimes. Achieving a durable, lasting peace requires moving beyond such facile analogies.
rejects the facile moralism of those who view the ongoing war through the narrow lens of decolonization.
The far-right populist Geert Wilders’ election victory in the Netherlands reflects the same sentiment that powered Brexit and Donald Trump’s candidacy in 2016. But such outcomes could not happen without the cynicism displayed over the past few decades by traditional conservative parties.
shows what Geert Wilders has in common with other ultra-nationalist politicians, past and present.
TEL AVIV – ¿Qué implica el tercer mandato, sin precedentes, del presidente Recep Tayyip Erdoğan para la política exterior turca? No mucho. De hecho, incluso si la oposición hubiera ganado, solo hubiera cambiado el estilo, pero no lo sustancial. Para Turquía, lograr un equilibrio pragmático entre sus obligaciones como miembro de la OTAN y las relaciones de trabajo con Rusia y China es un imperativo cultural y estratégico inevitable.
Erdoğan puede ser un autócrata islamista con mecha corta, pero en términos del papel de Turquía en el mundo es indudablemente práctico. Desde hace mucho se dirige a los votantes frustrados con ataques periódicos a Occidente, promocionando el «euroasianismo» que tradicionalmente ha sido el grito de guerra de la extrema izquierda en Turquía. Además, en una época de realineamiento mundial, decidió que lo mejor para Turquía es cubrir sus apuestas relacionándose con los antagonistas de Occidente.
Pero Erdoğan —quien a principios de su presidencia dio pasos significativos para cumplir con los criterios de ingreso a la Unión Europea— sabe que a su país también le conviene evitar alienar a Estados Unidos y Europa. Abandonar la OTAN, desconectarse de Europa y unirse a la facción «antiimperialista» liderada por Rusia y China nunca fue una opción para la Turquía posotomana.
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