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Construir resiliencia en el mundo en desarrollo

BEIJING – En su último informe Perspectivas de la Economía Mundial, el Fondo Monetario Internacional observa al pasar que el impacto económico del COVID-19 en las economías emergentes y en desarrollo ha sido mucho más severo de lo que se creía anteriormente. Si bien las tasas de crecimiento del PIB en el mundo desarrollado han regresado a sus tendencias prepandémicas, las tasas en los países en desarrollo están más bajas que antes.

Las cicatrices económicas del COVID-19 en el mundo en desarrollo, particularmente los grandes sobreendeudamientos y la inversión insuficiente en crecimiento futuro, seguirán visibles durante décadas. Y frente a los desastres ambientales que se vuelven cada vez más frecuentes y severos, la pandemia podría ser un presagio de shocks futuros. El COVID-19 no es el último virus ni el más virulento que enfrentará el mundo.

Después de todo, las pandemias distan de ser la única amenaza ambiental que afecta desproporcionadamente a los países de bajos ingresos. El cambio climático y la pérdida de biodiversidad, junto con la resistencia antimicrobiana, la contaminación del aire y el envenenamiento por plomo, entre otras, tienen el potencial de actuar como importantes obstáculos para el crecimiento de las economías en desarrollo.

Sin duda, las economías emergentes y en desarrollo siguen creciendo más rápido que sus contrapartes más desarrolladas. En los últimos treinta años, el porcentaje de crecimiento económico global de los países en desarrollo prácticamente se ha duplicado a más del 70%, pero en la medida que los eventos climáticos extremos, las epidemias y otros desastres naturales se vuelvan más frecuentes, esto puede cambiar. Para impedir que crezca la brecha entre los países ricos y los países pobres, hace falta entender de manera más profunda las vulnerabilidades particulares de las economías en desarrollo, así como estrategias más efectivas para construir resiliencia.

El COVID-19 es un buen ejemplo. A pesar de la enorme cantidad de muertes, los países desarrollados han podido apalancar sus sustanciales recursos fiscales y monetarios, junto con su acceso a las vacunas, para minimizar el impacto económico de largo plazo de la pandemia. Por el contrario, el daño a los países emergentes y en desarrollo ha sido más severo y se espera que dure mucho más tiempo de lo que se anticipó en un principio, revirtiendo décadas de progreso y minando su capacidad para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (ODS).

Los riesgos financieros asociados con el cambio climático pueden ser agudos, provocados por eventos extremos como tormentas e inundaciones, y crónicos, como resultado de cambios de largo plazo en los patrones climáticos. El daño a los activos físicos, las alteraciones de las cadenas de suministro y una producción reducida plantean amenazas importantes para el crecimiento y el desarrollo económico, especialmente en países con crecientes cargas de deuda y recursos limitados.

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Estos riesgos inevitablemente afectan el costo del capital. En términos ideales, el capital debería fluir “cuesta abajo”, de los países ricos en capital a los países pobres en capital, donde los potenciales retornos sociales son más altos. Sin embargo, desde la crisis financiera global de 2008, el capital ha tendido a fluir hacia arriba, en gran medida debido a los riesgos percibidos y a las instituciones débiles en los países emergentes y en desarrollo, así como las políticas monetarias de las economías desarrolladas. La creciente amenaza planteada por la pandemia y el cambio climático están reforzando estas tendencias.

Esto sucede a pesar de las mejoras sostenidas en las políticas macroeconómicas en el mundo en desarrollo. Un documento reciente de Piroska Nagy Mohácsi y otros sugiere que, en términos de transparencia y responsabilidad, los bancos centrales en los países en desarrollo han superado, incluso, a la Reserva Federal de Estados Unidos y al Banco Central Europeo. Durante la crisis de 2008, y nuevamente durante la pandemia, los bancos centrales de los países en desarrollo siguieron de cerca las políticas de la Fed y del BCE. Pero sus pronósticos de inflación post pandemia han sido más precisos, lo que les permitió responder más rápido a los aumentos de precios.

Si bien estas mejoras no han reducido significativamente el costo del capital, pueden ayudar a abordar otro problema relacionado. La mayor parte de las inversiones en infraestructura necesarias para mitigar las pandemias y los shocks ambientales futuros dependen de tecnologías que están financiadas en dólares, yenes y euros, pero que generan ingresos en monedas locales. Una mejor gestión macroeconómica podría hacer que las monedas de los países en desarrollo resultaran más atractivas, reduciendo los desfases de divisas.

La adaptación climática y los esfuerzos de resiliencia son más difíciles de financiar que las medidas de mitigación, ya que los países en desarrollo muchas veces carecen de los flujos de ingresos necesarios para garantizar contratos. El Fondo para Pandemias, recientemente creado, podría ayudar a superar algunas brechas de financiamiento al facilitar las inversiones en prevención, preparación y respuesta frente a pandemias. Pero el Fondo no es lo suficientemente grande como para respaldar la adaptación climática y los proyectos de restauración de la biodiversidad necesarios, lo que subraya la necesidad de mecanismos de financiamiento adicionales.

Las inversiones colectivas en resiliencia son particularmente cruciales para la gente de bajos recursos que no se puede permitir medidas de protección personal como generadores, purificadores de aire, aires acondicionados y muros de contención. Un estudio reciente del Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, basado en el caso de los manglares en Indonesia, demuestra que estos árboles protegen a las comunidades económicamente vulnerables de los maremotos. Pero es más probable que la gente pobre agote los manglares ya que los usa como leña y materiales de construcción y vive en zonas donde las autoridades locales no están tan capacitadas para mantener estos ecosistemas vitales.

Para construir resiliencia, las economías emergentes y en desarrollo también deben atraer capital privado e institucional. Esto exige la creación de mercados que puedan evaluar con precisión el valor de menores huellas de carbono y el impacto del cambio climático. Los bancos multilaterales de desarrollo, en particular, pueden desempeñar un papel vital a la hora de certificar estas evaluaciones. También pueden ayudar a mitigar los riesgos, movilizar inversión privada, estabilizar los flujos de capital y crear nuevas herramientas para evaluar las inversiones en adaptación y resiliencia.

Las economías en desarrollo ya enfrentan restricciones ambientales mucho más severas -con un presupuesto de carbono global y compromisos para revertir la pérdida de biodiversidad limitados- que los países que alcanzaron un estatus de altos ingresos en el pasado. Fortalecer la resiliencia ante pandemias y shocks ambientales futuros será crucial para impedir un crecimiento más bajo en las economías emergentes y en desarrollo -y, de esta manera, mantener el crecimiento global general.

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