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Reimaginemos la asistencia y el cuidado

WASHINGTON D. C. – La reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26) y las negociaciones en curso por la ley de infraestructura social del presidente estadounidense Joe Biden, conocida como la Ley Reconstruir Mejor (Build Back Better Act), comparten una característica importante. En el centro de los esfuerzos mundiales para mitigar el cambio climático y adaptarnos a él está el compromiso de cuidar el planeta. De manera similar, la ley de Biden es un desembolso inicial para construir en Estados Unidos toda una infraestructura de asistencia —que incluye licencias familiares con goce de sueldo, cuidado infantil, crédito fiscal por hijos, y atención comunitaria y en el hogar asequible para todos quienes necesiten apoyo—.

La reacción frente a estos dos hitos nos dice algo importante sobre la manera en que mucha gente considera el cuidado y la asistencia. En el contexto del cambio climático, el cuidado de la Tierra se traduce en un conjunto de prohibiciones, restricciones y deberes: no podemos seguir viviendo como lo hacemos ahora sin invitar a la catástrofe.  Y muchos justifican su apoyo al cuidado infantil y de los ancianos enfatizando que si lo aumentamos quienes se ocupan de ello, todavía mujeres en su mayoría, podrían continuar formando parte de la fuerza de trabajo y ser, por lo tanto, miembros «productivos» de la sociedad.

En ambos casos, por lo tanto, el cuidado y la asistencia son medios para un fin en vez de algo que deseamos y valoramos en sí mismo. El cuidado y la asistencia son un deber (debemos cuidar al planeta y a los miembros de nuestra familia), o es un servicio por el que debemos pagar (podemos comprar créditos de carbono para compensar nuestro consumo placentero, y contratar a otros para que alimenten, bañen, vistan y trasladen a quienes amamos).

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