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Hay que romper el aislamiento de Birmania

NUEVA YORK – La decisión de la administración Obama de buscar una nueva salida a las relaciones entre Estados Unidos y Birmania reconoce que décadas de intentar aislar a Birmania (Myanmar) para cambiar el comportamiento de su gobierno no han sido muy fructíferas. Mientras los generales gobernantes de Birmania se preparan para llevar a cabo elecciones más avanzado el año –por primera vez desde 1990-, es hora de intentar algo diferente.

El intento de comprometer a uno de los gobiernos más autoritarios del mundo no será fácil. No existe evidencia alguna que indique que los líderes de Birmania responderán de manera positiva al mensaje central de la administración Obama, que exige la liberación de los aproximadamente 2.100 prisioneros políticos (entre ellos Daw Aung San Suu Kyi), el inicio de un diálogo genuino con la oposición y  la posibilidad de realizar elecciones justas y no excluyentes. Por cierto, las leyes electorales recientemente sancionadas, que han recibido la condena internacional, ya apuntan a un proceso que carece de credibilidad.

Este pasado otoño, convocamos un grupo de trabajo bajo los auspicios de Asia Society a los efectos de analizar cuál es la mejor manera en que Estados Unidos puede buscar un sendero de compromiso con Birmania. Llegamos a la conclusión de que Estados Unidos debe asegurarse de que sus políticas no respalden o alienten impensadamente a elementos autoritarios y corruptos de la sociedad birmana. Al mismo tiempo, si Estados Unidos establece objetivos demasiado altos desde el principio, se estará negando a sí mismo un papel efectivo a la hora de alejar a Birmania del régimen autoritario y hacer ingresar al país a la comunidad mundial.

Durante este período de incertidumbre, recomendamos encuadrar la política estadounidense hacia Birmania en base a los cambios que se están produciendo en el país, apelando tanto al compromiso como a las sanciones para alentar la reforma. La decisión de la administración Obama de mantener las sanciones comerciales y de inversión contra Birmania a falta de un cambio sustancial, especialmente con respecto a la intolerancia de la oposición política por parte del gobierno birmano, es correcta.

Sin embargo, existen otras medidas que hoy deberían perseguirse. Estados Unidos debería iniciar conversaciones no sólo con los líderes de Birmania, sino también con un amplio rango de grupos dentro del país a los efectos de entablar el diálogo necesario para generar una reconciliación nacional del ejército, los grupos democráticos y las nacionalidades no birmanas. La eliminación por parte de Estados Unidos de algunas sanciones no económicas destinadas a restringir la interacción bilateral oficial es bienvenida, a la vez que debería implementarse un mayor relajamiento en las comunicaciones, a través de canales oficiales y no oficiales. Expandir este tipo de canales, especialmente durante un período de potencial cambio político, fortalecerá la influencia estadounidense.

Para llegar de manera directa al pueblo birmano, Estados Unidos debería seguir desarrollando e incrementando programas de asistencia, al mismo tiempo que se preserva la colaboración transfronteriza. Debería ampliarse la asistencia a organizaciones no gubernamentales, a la vez que la ayuda estadounidense debería estar orientada hacia los pequeños agricultores y las empresas pequeñas y medianas. Deberían aumentarse los intercambios educativos bajo los programas académicos Fulbright y Humphrey así como las actividades de alcance cultural. Estos programas producen poderosos agentes para el desarrollo comunitario en Birmania, y pueden mejorar significativamente las perspectivas de una mejor gobernancia.

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La política estadounidense debería virar hacia una fase más robusta si los líderes birmanos comienzan a relajar las restricciones políticas, instituyen reformas económicas y hacen progresos en el área de los derechos humanos. Si no existe ningún movimiento en estos frentes, probablemente exista presión en Estados Unidos para que se endurezcan las sanciones. Si no hay otro recurso que el de seguir adelante con sanciones más contundentes, Estados Unidos debería coordinar con otros, entre ellos la Unión Europea y la ASEAN, la aplicación de medidas financieras y bancarias destinadas a asegurar que los líderes militares y sus socios no puedan evadir el impacto de lo que, de otra manera, serían sanciones unilaterales poco efectivas.

Si surge un escenario diferente, debería abrirse el camino para un papel estadounidense mucho más activo a la hora de ayudar a generar capacidad, mejorar la governancia y aplicar esfuerzos internacionales para alentar reformas económicas. Una prioridad debería ser el desarrollo de un mecanismo apropiado para asegurar que los ingresos por la venta de gas natural se registren correctamente, se repatríen y se asignen para satisfacer las necesidades nacionales urgentes.

Al ajustar su política hacia Birmania, Estados Unidos debe enfrentar la realidad con una visión clara de lo que puede lograr su política exterior. La influencia estadounidense en Birmania improbablemente tenga más peso que la de los vecinos asiáticos cada vez más poderosos. Por lo tanto, Estados Unidos debe hacer de la colaboración con otros actores clave, particularmente la ASEAN, las Naciones Unidas y los vecinos de Birmania –entre ellos, China, India y Japón- la pieza central de su política.

En todo sentido, las condiciones en Birmania están entre las más sombrías de cualquier país del mundo, y llevará décadas, si no generaciones, revertir las actuales tendencias negativas y crear los cimientos para un gobierno democrático sustentable y viable y una sociedad próspera. Estados Unidos necesita posicionarse para responder de manera efectiva y flexible a los giros y vueltas que puede tomar con el tiempo una potencial transición en Birmania, con un ojo puesto en presionar a los líderes birmanos para que avancen en direcciones positivas.

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