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Dirigentes para un mundo carente de ellos

PARÍS – Los comentarios periodísticos que escribo presentan con frecuencia una perspectiva sombría. Lamentablemente, éste no va a ser distinto, pero hay dos casos de buenas noticias que se abren paso entre el pesimismo.

En primer lugar, la importancia mundial de la reelección del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, está clara: el mundo se ha librado de un desastre para la cooperación internacional. Los EE.UU. estaban a punto de sumirse en el nacionalismo aislacionista, reforzado tal vez por un sentimiento xenófobo. La victoria de Obama, pese a las penalidades económicas de su país, deja expedita la vía para una cooperación basada en una actitud de escucha comprensiva a los demás y en negociaciones en las que los EE.UU. no nieguen la legitimidad de un interés público mundial (como han hecho, lamentablemente, respecto de la cuestión del cambio climático).

El otro caso de buena noticia se refiere a Francia y, por tanto, es más “local”, pero, aun así, reviste importancia decisiva. Como en los demás países del mundo desarrollado, la crisis mundial ha afectado duramente a la economía francesa, con una producción estancada, un desempleo en aumento, una inseguridad laboral cada vez mayor, una deuda estatal por las nubes y el mercado de valores en riesgo de desplomarse. La producción manufacturera ha bajado en picado, la balanza comercial se ha deteriorado profundamente y las quiebras empresariales son cada vez más frecuentes.

Durante seis meses, Francia ha tenido una nueva dirección −nuevo presidente, nuevo gobierno y nuevo parlamento−, pero el Presidente de Francia, François Hollande, y su gobierno han estado extrañamente inactivos después de las elecciones, al limitarse a reducir las repercusiones de unos injustos recortes presupuestarios y unas reformas tributarias aplicadas por el anterior gobierno de Nicolas Sarkozy. Muchos empezaron a preguntarse si Hollande se daba cuenta de la magnitud de la crisis que la reciente desaceleración podría desencadenar.

Sin embargo, en las últimas semanas el Gobierno ha presentado medidas enérgicas y valientes para impulsar la competitividad de las industrias francesas, incluida una enorme rebaja tributaria de 20.000 millones de euros (26.000 millones de dólares) para las empresas, que se financiará con una subida del impuesto al valor añadido, lo que significa que el público en general lo pagará. El aumento del IVA será duro, pero no había otra posibilidad. La conciencia, la audacia y la adopción de políticas integrales han sido un alivio para los inversores franceses y los han dejado mejor situados para afrontar la crisis.

El nuevo impulso del Gobierno francés para afrontar la difícil situación económica del país es importante no sólo para Francia, sino también para Europa y el mundo. Al fin y al cabo, la francesa es la segunda economía de la zona del euro y la quinta del mundo.

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Y, sin embargo, pese a esos aspectos alentadores, la cooperación internacional en relación con cuestiones que van de los conflictos regionales a la protección de los bienes públicos mundiales sigue siendo insuficiente. La Antártida, el único territorio del mundo administrado directamente por la comunidad internacional, constituye un ejemplo pertinente.

El Tratado Antártico, negociado en 1959, prohíbe toda actividad militar en la Antártida y el establecimiento de frontera alguna. Posteriormente se han añadido tres acuerdos: el Convenio para la Conservación de las Focas Antárticas (1972), la Convención sobre la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos (CCAMLR, 1980) y el Protocolo sobre la Protección del Medio Ambiente del Tratado Antártico (PEP, 1991), que prohíbe toda actividad relativa a los recursos minerales.

El Sistema del Tratado Antártico comprende tres reuniones anuales: una versa sobre la supervisión y la gestión del propio Tratado y las otras dos sobre la CCAMLR y el PEP. En los últimos años, se han examinado propuestas de creación de reservas marinas en torno a ese continente que pondrían fin al riesgo cada vez mayor de escasez –o pura y simple desaparición − de diversas especies de peces y cetáceos.

En la reunión de la CCAMLR de 2011, se aprobó el principio de que es necesaria la cooperación internacional para proteger los recursos pesqueros, que están reduciéndose en todas partes. En la reunión de la CCAMLR de 2012, que concluyó a comienzos de noviembre en Hobart (Australia), se examinaron tres propuestas (de los Estados Unidos, Nueva Zelanda y Francia/Australia) de creación de reservas marinas en tres zonas diferentes. Eran compatibles y se reforzarían unas a otras. Sin embargo, el debate no dio resultado y no se adoptó decisión alguna. Rusia y Ucrania –y, en menor medida, China– bloquearon las gestiones para alcanzar un acuerdo.

Ese fracaso refleja la misma dinámica que ha provocado el fracaso de las conferencias sobre el cambio climático planetario celebradas en los últimos años: algunos países cínicos, cuya cooperación es necesaria para salvar el planeta, alimentan la demencia de quienes están decididos a destruirlo. Esa situación no cambiará hasta que surja una nueva conciencia a escala mundial para convencer a los Estados de que deben apoyar una legislación internacional vinculante.

Los EE.UU. acaban de reelegir a un presidente que lo comprende. Francia tiene un presidente que también comprende la necesidad de medidas audaces y de largo alcance. Su capacidad de dirección y la de otros es necesaria ahora más que nunca para volver las tornas.

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