Un reporte del Comité Central del gobierno de China, filtrado a la prensa, revela el profundo temor que el Partido Comunista tiene a una creciente ola de protestas y de agitación civil. La historia muestra que tienen razones para estar atemorizados. Las protestas dieron forma a la historia de China durante el siglo veinte, que empezó con la Rebelión de los Boxers y terminó con un plantón pacífico de 10,000 miembros del Falun Gong y con manifestaciones estudiantiles en contra de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Los patrones de protesta, claro, han evolucionado. En 1999, las formas en las que los miembros del Falun Gong y los activistas estudiantiles anti-OTAN utilizaron la Worldwide Web no tienen precedente. Pero las protestas en China han sido lo suficientemente constantes como para permitirnos cuestionar si la historia nos puede ayudar a resolver una pregunta apremiante: ¿las protestas de hoy en día serán recordadas como altercados menores sin una importancia duradera o como señales ominosas de que el régimen estaba a punto de explotar al inicio del siglo veintiuno?
Mirar hacia atrás quizá no nos brinde una respuesta definitiva, pero puede ayudarnos a entender lo que con esto se involucra. Una buena forma de empezar es con un dilema eterno que muchos regímenes chinos han enfrentado. A saber, cuál de tres estrategias seguir cuando inicia una protesta. ¿Deberían intentar dirigirla hacia el camino de la lealtad? ¿Buscar desarmarla? ¿O romperle la espalda a través de la represión? Cada una de estas estrategias ha funcionado en diversas ocasiones, pero cada una ha disparado por la culata también.
La primera opción tuvo un famoso fracaso en 1900. La dinastía Qing apoyó a los Boxers, un violento grupo anticristiano. Entonces, las potencias externas aplastaron al movimiento y le impusieron una indemnización al régimen.
La segunda estrategia resultó un tiro por la culata ocho décadas después, cuando el Partido Comunista permitió que las causas esenciales del descontento estudiantil siguieran vivas por varios años, lo que dió a los jóvenes activistas una oportunidad para volverse más audaces y adquirir experiencia. Los estallidos de menor escala dirigidos por estudiantes entre 1985 y 1988 fueron a veces tolerados, a veces condenados, pero nunca enérgicamente reprimidos. Para 1989, grandes grupos de trabajadores se unían a manifestaciones gigantes dirigidas por adolescentes cultos y bien informados acerca de la mecánica de las protestas.
Finalmente, las estrategias represivas fallaron con frecuencia entre 1919 y 1927. Los duques de guerra y las autoridades coloniales que utilizaron la fuerza contra los manifestantes vieron en muchas ocasiones cómo esto fortalecía, no debilitaba, los movimientos masivos.
¿Qué estrategia ha seguido el régimen últimamente? La respuesta es simple: todas. Intentó adelantarse y guiar las protestas contra la OTAN, destruir al Falun Gong y dispersar las huelgas laborales y las revueltas contra los impuestos. Este esquema de mezcolanza ha sido usado por otros regímenes chinos y a veces ha funcionado bastante bien.
¿Significa esto que los gobernantes chinos pueden ahora estar tranquilos? A finales de 1999, parecía que sí. Ahora, sin embargo, parece en cambio que cada una de las decisiones tomadas en 1999 generó un costo. La resolución de muchos miembros del Falun Gong se ha fortalecido con los esfuerzos oficiales por desacreditar a Li Hongzhi, su carismático líder. Involucrarse en arriesgados actos públicos de desafío se ha convertido, en efecto, en una cuestión de honor, y así las protestas públicas continúan. Las protestas económicas también persisten. Además, en algunas regiones, como Sichuan y Jiangxi, se han vuelto cada vez más militantes.
Los esfuerzos del régimen por aprovechar y canalizar las protestas han tenido consecuencias inesperadas. Recordemos cómo se esforzó el gobierno por aprovechar la explosión nacionalista gatillada por el bombardeo de la OTAN a la Embajada de China en Belgrado durante la Guerra de Kosovo. Habiendo redescubierto el poder y la excitación de las protestas públicas, es poco probable que los estudiantes chinos se contenten en el futuro con lanzarse a las calles sólo para perseguir metas sancionadas oficialmente.
Un claro indicio de una futura fuente de problemas para el gobierno fue la ocasión en la que grupos de jóvenes educados organizaron mitines abiertamente en Beijing para protestar por la forma en la que la policía echó a perder la investigación de la violación y asesinato de una estudiante local. Aunque este movimiento terminó rápido y sin incidentes, el hecho de que haya ocurrido es quizá suficiente para que el régimen se arrepienta de haber decidido descorchar la botella en 1999 y provocar, después de una década de latencia, al impredecible genio del activismo estudiantil.
Por supuesto que estas observaciones no son prueba de que el régimen ande de capa caída. Sí sugieren, sin embargo, que existen elementos significativos para el brote de movimientos que podrían amenazar seriamente la autoridad del Estado. Lo único que falta es una hebra común que unifique a las personas de distintas clases con las divergentes inquietudes y habilidades de protesta que han sido reveladas una y otra vez a lo largo del último siglo.
Debemos recordar --como lo hacen los líderes de China-- que el descontento con la corrupción oficial ha sido con frecuencia una fuerza unificadora. Galvanizó a los manifestantes a finales de los años 1940 (justo antes de que los nacionalistas cayeran) y de nuevo en 1989 (cuando los comunistas se enfrentaron por última vez a un movimiento mayúsculo de protesta).
Entonces, a pesar de las altas tasas de crecimiento económico, los líderes de China no pueden estar tranquilos. Están concientes de que muchos ciudadanos consideran que el Partido Comunista está atrapado en la corrupción, y temen que, al final, las impredecibles e incontrolables protestas moldearán de nuevo la historia de China en este nuevo siglo, como sucedió en el último.
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