Water color painting of urban skyline

Lo bueno oculto en 2015

PRINCETON – Si juzgásemos el estado del mundo por los titulares, 2015 sería el año del terror islámico, especialmente en París. Comenzó con la masacre en Charlie Hebdo, para luego incluir los tiroteos mucho más mortales del 13 de noviembre en esa misma ciudad, además de los ataques a Beirut, Ankara y a un centro para personas con discapacidades en San Bernadino, California.

Pero incluso si nos centrásemos en el terrorismo, resultaría una visión engañosa de los eventos del año. En 2015, el terrorismo fue responsable de más muertes en Siria, Irak, Nigeria y Kenia que en Francia o Estados Unidos. Y si la caída de un avión ruso de pasajeros en octubre sobre el desierto egipcio de Sinaí fue —como afirman el Estado Islámico (EI) y expertos rusos— resultado de un complot del EI, entonces tan solo ese incidente mató a más personas que ambos ataques terroristas en París.

En todo caso, centrarnos en aquello que a los medios les resulta más importante para cubrir en las noticias puede darnos una sensación distorsionada del mundo. La muerte de cada una de las víctimas inocentes en los ataques terroristas del año pasado es una tragedia terrible para esas personas y sus familiares y amigos, pero ese también es el caso en las muertes por accidentes de tránsito, que reciben una atención mucho menor de los medios.

El terrorismo es horroroso, violento y genera «buena televisión». Si tiene lugar en nuestras ciudades, o en otras que podríamos visitar, genera aún más interés debido al factor «¡podría haberme pasado a mí!». Desde una perspectiva mundial, sin embargo, las dos cosas más importantes que ocurrieron en 2015 fueron muy alentadoras, aunque solo una de ellas —el acuerdo climático internacional logrado en diciembre en París— recibió una significativa cobertura de los medios.

Pasarán décadas antes de que sepamos si el acuerdo de París alcanzará su meta declarada de limitar el calentamiento global a niveles «muy por debajo» de los 2 °C por encima de los niveles preindustriales. De todas formas, se trata de un lenguaje más ambicioso que el anticipado por la mayoría de los analistas y fue aceptado por los 194 países participantes.

Los expertos nos dicen que la suma de las reducciones de gases de efecto invernadero prometidas por estos países resulta en una reducción total muy inferior a la meta declarada por el acuerdo. Pero el compromiso de revisar esas metas cada cinco años y considerar los ajustes necesarios para cumplir el objetivo ofrece un rayo de esperanza.

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Veremos si funciona (es decir, quienes somos lo suficientemente jóvenes como para vivir hasta 2050). Pero después de la desilusión de la cumbre del cambio climático en Copenhague en 2009, el espíritu de concordancia que animó el encuentro en París debiera alegrarnos. Si resulta ser un punto de inflexión en los esfuerzos para evitar un cambio climático catastrófico, su importancia eclipsará todo lo demás que ocurrió 2015.

A diferencia del resultado del encuentro en París, el otro evento más importante que tuvo lugar en 2015 fue indudablemente positivo: la proporción de la población mundial que vive en la pobreza extrema cayó por primera vez por debajo del 10 %. Al menos, esa es la opinión del Banco Mundial, que evalúa la pobreza mundial desde 1990.

Con la caída de la pobreza extrema, la «clase media trabajadora» de los países en desarrollo —definida como las personas que viven con más de 4 dólares al día— ha crecido de solo el 18 % en 1991 a más del 50 % en la actualidad. Durante ese mismo período, la proporción de personas malnutridas en las regiones en desarrollo también cayó fuertemente: del 23,3 % al 12,9 %.

La rápida reducción de la pobreza extrema tal vez no atraiga a las audiencias de los diarios y la televisión, pero su impacto sobre el bienestar humano sin duda supera al del terrorismo. En 1990 había 1950 millones de personas (casi el 37 % de la población mundial) en la pobreza extrema; hoy son 702 millones. Si la proporción de personas que viven en la pobreza extrema se hubiera mantenido sin cambios, serían 2700 millones. En otras palabras, la reducción de la pobreza han mejorado las vidas de casi 2000 millones de personas.

La pobreza extrema mata, a través de la falta de alimentos adecuados y de enfermedades como la malaria, el sarampión y la diarrea. No es sorprendente entonces que una reducción de la mortalidad infantil haya acompañado a la baja de la pobreza extrema. En 1990 morían 35 000 niños por día antes de su quinto cumpleaños. Actualmente esa cantidad se ha reducido a 16 000.

Es cierto, 16 000 muertes infantiles por día son demasiadas y el hecho de que 2015 haya sido el año más caluroso registrado indica que la lucha contra el cambio climático recién empieza, pero podemos aprovechar los logros del año pasado. Tenemos que ser ciudadanos activos y exigir a nuestros líderes que no solo alcancemos, sino que superemos las metas de emisiones a las que se han comprometido. Si vivimos en una sociedad de abundancia, también debemos exigir que nuestro país haga lo suyo para reducir la pobreza extrema. Además, independientemente de lo que haga nuestro gobierno, podemos buscar cuáles de las organizaciones de caridad luchan que contra la pobreza son más eficaces y ayudarlas.

Traducción al español por Leopoldo Gurman.

https://prosyn.org/Xd4EuSVes