LONDRES – El mundo fue un lugar relativamente pacífico durante el siglo diecinueve. Aparte de la Guerra Civil Estadounidense y la Rebelión Taiping en China, hubo pocos conflictos prolongados en el continente entre el fin de las Guerras Napoleónicas en 1815 y la Primera Guerra Mundial en 1914, lo que da pie a una pregunta fundamental: ¿cómo lo hizo Europa para evitar conflictos bélicos de importancia durante 100 años en medio de lo que Hadley Bull llamó una “anarquía internacional”?
La opinión predominante es que el Concierto Europeo, establecido en 1815, jugó un papel decisivo en la preservación de la paz. Aunque con frecuencia se lo percibe como un mecanismo para mantener el equilibrio del poder en el continente, la verdad es que el Concierto cumplía un propósito normativo: evitar la guerra entre países con intereses y valores en común.
En esencia, las cinco mayores potencias europeas -Austria, Gran Bretaña, Francia, Prusia y Rusia- acordaron no alterar sus fronteras sin consentimiento mutuo. La creación de esferas de influencia que funcionaran como áreas de amortiguación físicas entre estas potencias era un elemento integral de sus cálculos geopolíticos.
Para fines del siglo diecinueve, el Concierto Europeo se había convertido en un sistema de mantenimiento de la paz global, en que se asignaban territorios a las distintas potencias coloniales en las particiones de África y Asia Oriental. Pero mentras el Concierto buscaba abordar la “Cuestión de Oriente”, la Guerra de Crimea de 1853-56 -que enfrentó a Gran Bretaña, Francia y el Imperio Otomano con Rusia-, subrayó sus limitaciones.
La Guerra de Crimea se originó por las exigencias de Rusia de un mejor trato a los cristianos ortodoxos en Palestina. El conflicto en escalada motivó al Imperio Otomano a declarar la guerra, ya que entendía que los británicos y los franceses acudirían presurosos en su apoyo.
El estadista británico John Bright culpó a Gran Bretaña por la guerra, argumentando que su apoyo incondicional animó la intransigencia otomana. “Yo habría permitido o aconsejado a Turquía que cediera, o habría insistido en que fuera sola a la guerra”, señaló.
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Bright pensaba que la estrategia británica de apuntalar al Imperio Otomano como un baluarte contra la expansión de Rusia hacia el este estaba equivocada. Los temores a un intento ruso de conquistar la India eran paranoicos. Esta era una guerra optativa, planteó, y en consecuencia injustificable. En su lugar, promovió una política de “no intervención” acompañada de un compromiso comercial y financiero libre y sin trabas.
En 1876, el Imperio Otomano una vez más puso a prueba el Concierto Europeo, cuando masacró a miles de hombres, mujeres y niños búlgaros. El político liberal británico William Gladstone respondió con un folleto condenatorio de los “horrores búlgaros”, llamando a la expulsión obligatoria de los turcos asentados en Europa. Pero el Primer Ministro Benjamín Disraeli vio las atrocidades como una molesta distracción de la tarea de apoyar a los otomanos contra el expansionismo ruso.
Después de infructuosos intentos por parte de las principales potencias de establecer un régimen menos opresivo en los Balcanes controlados por los otomanos, Rusia invadió Turquía en junio de 1877 bajo el pretexto de proteger a los súbditos cristianos del Sultán. Tras superar una resistencia turca inesperadamente sólida, Rusia obligó a los otomanos a firmar una paz punitiva que habría ampliado mucho el tamaño de Bulgaria como su estado satélite ortodoxo y le hubiera significado importantes ganancias territoriales en el Cáucaso.
Esta vez, Disraeli se abstuvo de dar a los turcos su apoyo incondicional, y Rusia aceptó que las otras grandes potencias tenían el derecho a ser consultadas sobre cualquier demanda territorial. Eso fijó el escenario para el Congreso de Berlín de 1878, del cual Otto von Bismarck fue el anfitrión, cuyo resultado fue una serie de compromisos, entre otros, el que Gran Bretaña recibiera Chipre a cambio de los nuevos territorios de Rusia. Aunque el acuerdo de paz final tenía sus defectos, en la práctica evitó otra guerra importante en Europa en los 36 años siguientes.
A fin de cuentas, el sistema de mantenimiento de la paz del siglo diecinueve, sostenido por elites aristocráticas que sabían que una guerra a gran escala amenazaría su estatus, no pudo hacer frente a las fuerzas nacionalistas y revolucionarias que se fueron desarrollando en Europa y gran parte del resto del planeta a inicios del siglo veinte. Sus partidarios buscaron reemplazar la paz de los imperios amenazada con una paz más auténtica sustentada en principios democráticos y la autodeterminación nacional.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se creó el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con el objetivo de fomentar una paz duradera, pero carecía de la legitimidad y la cohesión moral necesarias para replicar el acuerdo informal del siglo anterior. En realidad, la relativa paz de la era de posguerra no era tanto el producto del sistema de las Naciones Unidas como el resultado del equilibrio del terror entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuando la Guerra Fría llegó a su fin, el mundo se encontró sin un mecanismo fiable de mantenimiento de la paz, lo que allanó el camino a las actuales guerras de poder.
Los éxitos y fracasos del Concierto Europeo ofrecen lecciones valiosas para el establecimiento de nuevas normas de mantenimiento de la paz. Un aspecto clave, subrayado por Bright y reconocido por Disraeli, es el que dar apoyo militar incondicional a un país débil amenazado por un contrincante más fuerte deja poco espacio de maniobra para alcanzar compromisos.
Otro reto es el mayor énfasis sobre los aspectos morales y legales. Las iniciativas de paz de hoy suelen verse socavadas por atrocidades tanto reales como supuestas, y por la naturaleza de los regímenes cuestionados. La adición de consideraciones morales a las relaciones internacionales supone una complicación para las iniciativas de mantenimiento de la paz global. Después de todo, resulta difícil negociar con un régimen cuya legitimidad moral se cuestiona. En consecuencia, la mayoría de las guerras iniciadas por países occidentales apuntan implícitamente a un cambio de régimen.
Además, la creciente confianza en las sanciones económicas, los boicots políticos y las acusaciones judiciales a líderes políticos por crímenes de guerra impiden una diplomacia efectiva. Estas tácticas agresivas van borrando los límites entre paz y guerra y estimulan a los países a librar guerras de agresión so pretexto de estar defendiéndose.
Mientras que el “Gran Juego” del siglo diecinueve estuvo marcado por la paranoia británica en torno al expansionismo ruso, el actual paisaje geopolítico se alinea más cercanamente con la “teoría del dominó” de la Guerra Fría. En el pasado, los gobiernos hostiles ideológicamente podían tener conocimientos de sus intenciones mutuas mediante canales diplomáticos y extradiplomáticos. En la actualidad, el papel de los diplomáticos se encuentra significativamente reducido.
Todavía sigue sin respuesta la pregunta de si la democracia promueve u obstaculiza la búsqueda de la paz. Si bien la historia no nos da instrucciones sobre cómo mantener la estabilidad global, sí puede ser una fuente de inspiración. Si sacamos de ella las lecciones correctas, podemos esforzarnos por volver a crear las condiciones que llevaron a una paz imperfecta pero duradera.
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America's president subscribes to a brand of isolationism that has waxed and waned throughout US history, but has its roots in the two-century-old Monroe Doctrine. This is bad news for nearly everyone, because it implies acceptance of a world order based on spheres of influence, as envisioned by China and Russia.
hears echoes of the Monroe Doctrine in the US president's threats to acquire Greenland.
Financial markets and official economic indicators over the past few weeks give policymakers around the world plenty to contemplate. Was the recent spike in bond yields a sufficient warning to Donald Trump and his team, or will they still follow through with inflationary stimulus, tariff, and immigration policies?
wonders if recent market signals will keep the new administration’s radicalism in check.
LONDRES – El mundo fue un lugar relativamente pacífico durante el siglo diecinueve. Aparte de la Guerra Civil Estadounidense y la Rebelión Taiping en China, hubo pocos conflictos prolongados en el continente entre el fin de las Guerras Napoleónicas en 1815 y la Primera Guerra Mundial en 1914, lo que da pie a una pregunta fundamental: ¿cómo lo hizo Europa para evitar conflictos bélicos de importancia durante 100 años en medio de lo que Hadley Bull llamó una “anarquía internacional”?
La opinión predominante es que el Concierto Europeo, establecido en 1815, jugó un papel decisivo en la preservación de la paz. Aunque con frecuencia se lo percibe como un mecanismo para mantener el equilibrio del poder en el continente, la verdad es que el Concierto cumplía un propósito normativo: evitar la guerra entre países con intereses y valores en común.
En esencia, las cinco mayores potencias europeas -Austria, Gran Bretaña, Francia, Prusia y Rusia- acordaron no alterar sus fronteras sin consentimiento mutuo. La creación de esferas de influencia que funcionaran como áreas de amortiguación físicas entre estas potencias era un elemento integral de sus cálculos geopolíticos.
Para fines del siglo diecinueve, el Concierto Europeo se había convertido en un sistema de mantenimiento de la paz global, en que se asignaban territorios a las distintas potencias coloniales en las particiones de África y Asia Oriental. Pero mentras el Concierto buscaba abordar la “Cuestión de Oriente”, la Guerra de Crimea de 1853-56 -que enfrentó a Gran Bretaña, Francia y el Imperio Otomano con Rusia-, subrayó sus limitaciones.
La Guerra de Crimea se originó por las exigencias de Rusia de un mejor trato a los cristianos ortodoxos en Palestina. El conflicto en escalada motivó al Imperio Otomano a declarar la guerra, ya que entendía que los británicos y los franceses acudirían presurosos en su apoyo.
El estadista británico John Bright culpó a Gran Bretaña por la guerra, argumentando que su apoyo incondicional animó la intransigencia otomana. “Yo habría permitido o aconsejado a Turquía que cediera, o habría insistido en que fuera sola a la guerra”, señaló.
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En 1876, el Imperio Otomano una vez más puso a prueba el Concierto Europeo, cuando masacró a miles de hombres, mujeres y niños búlgaros. El político liberal británico William Gladstone respondió con un folleto condenatorio de los “horrores búlgaros”, llamando a la expulsión obligatoria de los turcos asentados en Europa. Pero el Primer Ministro Benjamín Disraeli vio las atrocidades como una molesta distracción de la tarea de apoyar a los otomanos contra el expansionismo ruso.
Después de infructuosos intentos por parte de las principales potencias de establecer un régimen menos opresivo en los Balcanes controlados por los otomanos, Rusia invadió Turquía en junio de 1877 bajo el pretexto de proteger a los súbditos cristianos del Sultán. Tras superar una resistencia turca inesperadamente sólida, Rusia obligó a los otomanos a firmar una paz punitiva que habría ampliado mucho el tamaño de Bulgaria como su estado satélite ortodoxo y le hubiera significado importantes ganancias territoriales en el Cáucaso.
Esta vez, Disraeli se abstuvo de dar a los turcos su apoyo incondicional, y Rusia aceptó que las otras grandes potencias tenían el derecho a ser consultadas sobre cualquier demanda territorial. Eso fijó el escenario para el Congreso de Berlín de 1878, del cual Otto von Bismarck fue el anfitrión, cuyo resultado fue una serie de compromisos, entre otros, el que Gran Bretaña recibiera Chipre a cambio de los nuevos territorios de Rusia. Aunque el acuerdo de paz final tenía sus defectos, en la práctica evitó otra guerra importante en Europa en los 36 años siguientes.
A fin de cuentas, el sistema de mantenimiento de la paz del siglo diecinueve, sostenido por elites aristocráticas que sabían que una guerra a gran escala amenazaría su estatus, no pudo hacer frente a las fuerzas nacionalistas y revolucionarias que se fueron desarrollando en Europa y gran parte del resto del planeta a inicios del siglo veinte. Sus partidarios buscaron reemplazar la paz de los imperios amenazada con una paz más auténtica sustentada en principios democráticos y la autodeterminación nacional.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, se creó el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas con el objetivo de fomentar una paz duradera, pero carecía de la legitimidad y la cohesión moral necesarias para replicar el acuerdo informal del siglo anterior. En realidad, la relativa paz de la era de posguerra no era tanto el producto del sistema de las Naciones Unidas como el resultado del equilibrio del terror entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuando la Guerra Fría llegó a su fin, el mundo se encontró sin un mecanismo fiable de mantenimiento de la paz, lo que allanó el camino a las actuales guerras de poder.
Los éxitos y fracasos del Concierto Europeo ofrecen lecciones valiosas para el establecimiento de nuevas normas de mantenimiento de la paz. Un aspecto clave, subrayado por Bright y reconocido por Disraeli, es el que dar apoyo militar incondicional a un país débil amenazado por un contrincante más fuerte deja poco espacio de maniobra para alcanzar compromisos.
Otro reto es el mayor énfasis sobre los aspectos morales y legales. Las iniciativas de paz de hoy suelen verse socavadas por atrocidades tanto reales como supuestas, y por la naturaleza de los regímenes cuestionados. La adición de consideraciones morales a las relaciones internacionales supone una complicación para las iniciativas de mantenimiento de la paz global. Después de todo, resulta difícil negociar con un régimen cuya legitimidad moral se cuestiona. En consecuencia, la mayoría de las guerras iniciadas por países occidentales apuntan implícitamente a un cambio de régimen.
Además, la creciente confianza en las sanciones económicas, los boicots políticos y las acusaciones judiciales a líderes políticos por crímenes de guerra impiden una diplomacia efectiva. Estas tácticas agresivas van borrando los límites entre paz y guerra y estimulan a los países a librar guerras de agresión so pretexto de estar defendiéndose.
Mientras que el “Gran Juego” del siglo diecinueve estuvo marcado por la paranoia británica en torno al expansionismo ruso, el actual paisaje geopolítico se alinea más cercanamente con la “teoría del dominó” de la Guerra Fría. En el pasado, los gobiernos hostiles ideológicamente podían tener conocimientos de sus intenciones mutuas mediante canales diplomáticos y extradiplomáticos. En la actualidad, el papel de los diplomáticos se encuentra significativamente reducido.
Todavía sigue sin respuesta la pregunta de si la democracia promueve u obstaculiza la búsqueda de la paz. Si bien la historia no nos da instrucciones sobre cómo mantener la estabilidad global, sí puede ser una fuente de inspiración. Si sacamos de ella las lecciones correctas, podemos esforzarnos por volver a crear las condiciones que llevaron a una paz imperfecta pero duradera.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen