TEL AVIV – Los procesos de paz tienden a estar llenos de incertidumbres, especialmente cuando los conflictos se prolongan y las intenciones, la voluntad y la capacidad de cada bando de cumplir lo acordado permanecen en la penumbra. Las negociaciones a menudo se ven condenadas de antemano antes de llegarse a algún acuerdo debido a los importantes costes políticos asociados con hacer concesiones.
Esto es evidente en los recientemente desclasificados protocolos de la reunión del gabinete israelí de 1993 que aprobó el primer Acuerdo de Oslo con la Organización de Liberación de Palestina (OLP). Los registros revelan que las señales del fracaso final ya estaban ahí desde el comienzo.
En esos momentos, el Primer Ministro israelí Isaac Rabin esperaba que el Jefe de la OLP Yasser Arafat pudiera frenar el ascenso de Hamás y la Yihad Islámica y ayudar a apagar la Intifada que había estado asolando Cisjordania y Gaza desde 1987. Pero Arafat, receloso de ser percibido como un “colaborador”, se negó a convertirse en un subcontratista de seguridad de Israel. Simón Peres, el fatalista ministro de exteriores de Rabin, advirtió que “todo el asunto de la OLP” podría “derrumbarse”, dando paso a un “Hamás como el de Irán”. Mientras tanto, el Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas israelíes Ehud Barak hizo su famoso comentario de que el acuerdo tenía “más agujeros que un queso suizo”.
To continue reading, register now.
Subscribe now for unlimited access to everything PS has to offer.
Rather than reducing concentrated market power through “disruption” or “creative destruction,” technological innovation historically has only added to the problem, by awarding monopolies to just one or a few dominant firms. And market forces offer no remedy to the problem; only public policy can provide that.
shows that technological change leads not to disruption, but to deeper, more enduring forms of market power.
The passing of America’s preeminent foreign-policy thinker and practitioner marks the end of an era. Throughout his long and extraordinarily influential career, Henry Kissinger built a legacy that Americans would be wise to heed in this new era of great-power politics and global disarray.
reviews the life and career of America’s preeminent foreign-policy scholar-practitioner.
Log in/Register
Please log in or register to continue. Registration is free and requires only your email address.
TEL AVIV – Los procesos de paz tienden a estar llenos de incertidumbres, especialmente cuando los conflictos se prolongan y las intenciones, la voluntad y la capacidad de cada bando de cumplir lo acordado permanecen en la penumbra. Las negociaciones a menudo se ven condenadas de antemano antes de llegarse a algún acuerdo debido a los importantes costes políticos asociados con hacer concesiones.
Esto es evidente en los recientemente desclasificados protocolos de la reunión del gabinete israelí de 1993 que aprobó el primer Acuerdo de Oslo con la Organización de Liberación de Palestina (OLP). Los registros revelan que las señales del fracaso final ya estaban ahí desde el comienzo.
En esos momentos, el Primer Ministro israelí Isaac Rabin esperaba que el Jefe de la OLP Yasser Arafat pudiera frenar el ascenso de Hamás y la Yihad Islámica y ayudar a apagar la Intifada que había estado asolando Cisjordania y Gaza desde 1987. Pero Arafat, receloso de ser percibido como un “colaborador”, se negó a convertirse en un subcontratista de seguridad de Israel. Simón Peres, el fatalista ministro de exteriores de Rabin, advirtió que “todo el asunto de la OLP” podría “derrumbarse”, dando paso a un “Hamás como el de Irán”. Mientras tanto, el Jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas israelíes Ehud Barak hizo su famoso comentario de que el acuerdo tenía “más agujeros que un queso suizo”.
To continue reading, register now.
Subscribe now for unlimited access to everything PS has to offer.
Subscribe
As a registered user, you can enjoy more PS content every month – for free.
Register
Already have an account? Log in