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¿Sancionar a Rusia cambiará drásticamente el sistema monetario?

LONDRES – Los combates salvajes en Ucrania han llevado a muchos a preguntarse si la supuesta brillantez estratégica del presidente ruso, Vladimir Putin, es tal como se la describió. Si bien Putin anticipó que la OTAN no respondería militarmente a su guerra, parece haber subestimado la capacidad de solidaridad de Occidente. Estados Unidos y sus aliados y socios ya han implementado severas sanciones económicas y financieras sin precedentes contra el régimen de Putin, y la decisión de impedirle al banco central de Rusia el acceso a los mercados financieros internacionales (congelando efectivamente las reservas de divisas del país) probablemente sea un golpe maestro.

Es verdad, Rusia ha diversificado sus reservas y se apartó del dólar en los últimos años. Pero a juzgar por la escala de la respuesta internacional y su impacto inmediato en la economía rusa, esta estrategia parece haber sido insuficiente para mantener el acceso al financiamiento que necesita. Inclusive Suiza ha anunciado que participará en el nuevo régimen de sanciones congelando los activos rusos. A menos que Rusia tenga considerables reservas en renminbi chino o monedas emitidas por otros países que todavía la apoyen, la contracción de su economía será inevitable.

Sea cual fuere la respuesta de Rusia, la pregunta hoy es qué significarán estas medidas de Occidente –y de casi todos los centros financieros del mundo- para los asuntos monetarios futuros y para el sistema monetario internacional. ¿Estamos en presencia de una mayor consolidación del poder estadounidense a través del sistema denominado en dólares o este episodio preparará el terreno para el tipo de fragmentación monetaria y financiera que algunos analistas han anticipado hace mucho tiempo?

Yo mismo escribí sobre el futuro del dólar y no recuerdo un anuncio de políticas previo que aumentara tanto las apuestas monetarias globales como éste. El efecto inmediato de las sanciones a Rusia ha sido el de resaltar el continuo dominio de Estados Unidos. Pero también puede obligar a muchas economías emergentes a reconsiderar la estrategia clásica de acumular reservas de divisas para protegerse de las crisis económicas. La necesidad de este autoseguro fue la gran lección de la crisis financiera asiática de 1997-98. Pero ahora que el banco central de Rusia ha perdido la capacidad de convertir sus divisas en rublos, la estrategia parecería traer consigo algunos riesgos nuevos.

Esto es particularmente válido para los países cuyas aspiraciones podrían incumplir las normas prevalecientes del mundo democrático occidental –como es el caso de amenazar y luego invadir a un vecino más pequeño-. No hace falta ser un pensador profundo para darse cuenta de que China debe de estar alarmada y disgustada por la audacia tanto de la guerra de Rusia como de la reacción occidental. Si China quisiera emprender una acción militar contra Taiwán, también debería pensar que va a perder gran parte de su acceso al sistema financiero global.

Se entiende por qué escapar de esta profunda dependencia del sistema monetario controlado por Occidente ahora podría convertirse en una máxima prioridad para algunos países. Si el renminbi, los rublos, las rupias indias y otras monedas fueran más convertibles para otros países, podría surgir un sistema monetario internacional esencialmente diferente –en el que los tipos de sanciones como las que se imponen a Rusia no serían tan efectivos-. Pero este escenario sigue siendo poco probable, por dos razones relacionadas.

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Primero, hay una razón por la cual China no ha hecho más para elevar al renminbi como una moneda internacional. En las muchas conferencias sobre el orden monetario global a las que asistí, el mensaje de los académicos chinos ha sido claro desde hace mucho tiempo: su método preferido para mejorar el sistema actual es expandir el rol de los derechos especiales de giro, el activo de reserva del Fondo Monetario Internacional.

Esto tiene sentido cuando uno considera lo que conllevaría internacionalizar el renminbi. Como China necesitaría permitir una libertad mucho mayor en el uso offshore de su moneda, tendría que renunciar a su capacidad de mantener controles de capital. Hasta ahora, no se ha mostrado dispuesta a hacerlo. Sin embargo, sin una liberalización de la cuenta de capital, ningún otro país –ni siquiera un país tan desesperado financieramente como Rusia- querría tener sus reservas en renminbi.

Segundo, inclusive si una potencia importante como China respondiera a las circunstancias cambiantes de hoy implementando reformas financieras de envergadura, seguiría teniendo que ofrecer garantías creíbles respecto de la seguridad y liquidez de las reservas que no estuvieran en monedas occidentales. De lo contrario, ¿por qué alguien asumiría el riesgo?

Una vez más, parece poco probable que China implemente alguna reforma que exija cambios radicales a su propio modelo económico y regulatorio. Si China se armara de valor y abriera su sistema financiero, casi con certeza se producirían cambios estructurales en el orden monetario global. Pero, inclusive en ese caso, los cambios no sucederían a tiempo como para evitarle a Rusia las consecuencias del comportamiento deplorable de su presidente.

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