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Tranquilicemos el frente oriental

LONDON – Mientras el mundo se desliza hacia una nueva guerra fría, las democracias y los estados autoritarios deben determinar qué quieren de los otros y que se deben entre sí para permitir una cooperación constructiva. Las democracias no pueden simplemente decir que el tiempo está de su lado y que solo tienen que mantener sus principios hasta que los regímenes autoritarios colapsen. Es más fácil imaginar el fin del planeta que la desaparición de los gobiernos autoritarios.

El foco de tensión actual es Ucrania (aunque fácilmente pudo haber sido Taiwán). Esta «guerra no declarada» bulle desde 2014, cuando el movimiento Euromaidán llevó al derrocamiento del presidente ucraniano prorruso Víktor Yanukóvich y a la subsiguiente anexión de Crimea por parte de Rusia y la ocupación de la región oriental de Dombás. Mientras que Occidente acusó a Rusia de apoderarse ilegalmente del territorio de otro estado soberano, Rusia afirmó que recuperaba parte de la madre patria.

Estas narrativas opuestas reflejan diferencias históricas. Los responsables de las políticas rusas —y muchos ciudadanos comunes rusos— nunca reconocieron para sus adentros que el país había perdido la Guerra Fría, porque esto hubiera implicado aceptar que entre 1989 y 1991 el equilibrio mundial de poder se desplazó contundentemente a favor de Estados Unidos y sus aliados europeos.

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