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Terapia de shock para los neoliberales

NUEVA YORK – Los efectos colaterales de la invasión de Ucrania por parte de Rusia nos han recordado las alteraciones imprevisibles que constantemente enfrenta la economía global. Nos han enseñado esta lección muchas veces. Nadie podría haber previsto los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, y pocos anticiparon la crisis financiera de 2008, la pandemia del COVID-19 o la elección de Donald Trump, cuyo resultado fue que Estados Unidos se volcara hacia el proteccionismo y el nacionalismo. Incluso quienes sí anticiparon estas crisis no podrían haber dicho con precisión cuándo ocurrirían.

Cada uno de estos acontecimientos ha tenido enormes consecuencias macroeconómicas. La pandemia nos hizo tomar conciencia de la falta de resiliencia de economías aparentemente robustas. Estados Unidos, la superpotencia, ni siquiera podía producir productos simples como mascarillas y otros dispositivos de protección, mucho menos artículos más sofisticados como tests y respiradores. La crisis nos hizo entender mejor la fragilidad económica, al repetir una de las lecciones de la crisis financiera global, cuando la quiebra de una sola firma, Lehman Brothers, desató prácticamente el colapso de todo el sistema financiero global.

De la misma manera, la guerra del presidente ruso, Vladimir Putin, en Ucrania está agravando un incremento ya preocupante de los precios de los alimentos y la energía, con ramificaciones potencialmente graves para muchos países en desarrollo y mercados emergentes, especialmente aquellos cuyas deudas se han disparado durante la pandemia. Europa también es profundamente vulnerable, debido a su dependencia del gas ruso –un recurso del cual economías importantes como Alemania no pueden desprenderse rápidamente o sin costos-. A muchos les preocupa, y con razón, que esa dependencia atenúe la respuesta a las acciones atroces de Rusia.

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