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El indulto presidencial y otras prerrogativas monárquicas

LONDRES – Donald Trump se guardó las peores ofensas contra la democracia y la presidencia estadounidenses hasta casi el final de su único mandato, cuando se negó a reconocer la victoria electoral de su oponente y convocó a una turba para un asalto al Capitolio. Pero sus últimos actos de gobierno (en los que hizo uso abundante del poder de indulto) fueron casi tan escandalosos. Frustrado su intento de anular el resultado electoral, el reparto de actos de clemencia presidencial que hizo en sus últimas doce horas en el cargo (cuyos más de 140 beneficiarios incluyen a Steve Bannon, su ex director de estrategia, ahora acusado de malversación de fondos) muestran a Trump disfrutando alegremente de esta última prerrogativa monárquica.

Resulta curiosa la atribución de semejante poder absoluto a la figura presidencial. Los padres fundadores de la república estadounidense eran contrarios a la monarquía absoluta y a sus atributos (por ejemplo, los títulos de nobleza); y sin embargo, el indulto desciende de una de esas atribuciones monárquicas: la prerrogativa real de misericordia.

En su forma original, esta prerrogativa daba a los monarcas británicos autoridad casi irrestricta para indultar a delincuentes condenados. A semejanza del indulto presidencial, no suponía una declaración de inocencia, en el sentido de anular el fallo condenatorio, pero sí una exención de sus peores consecuencias (por lo general, la pena de muerte). En teoría, la prerrogativa era una herramienta bienintencionada cuyo propósito era remediar injusticias y dar muestras de la benevolencia de los reyes; en la práctica, siempre fue terreno fértil para el abuso.

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