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Con Lagarde, el BCE debe modernizarse

BERLÍN – Tal vez Christine Lagarde, designada para suceder en noviembre al presidente del Banco Central Europeo Mario Draghi, espere que su trabajo sea algo más fácil que el de su predecesor. Pero es probable que sea al revés. Aunque a Draghi le tocó guiar al BCE en años de crisis, Lagarde tendrá que promover reformas en la eurozona en un momento de creciente polarización entre los gobiernos de los estados miembros. Para proteger la independencia y efectividad del BCE, tendrá que apelar a todas sus habilidades de mediadora política, gestora de crisis y comunicadora eficaz.

Hay algo dolorosamente obvio: finalizar la creación de la unión monetaria es en este momento una perspectiva distante e improbable. Los gobiernos de los estados miembros perdieron la voluntad de avanzar hacia una unión de mercados de capitales o bancaria, un activo común seguro, políticas fiscales y de estabilización conjuntas, o la mayoría de las otras reformas. La desconfianza mutua impulsa a que los estados miembros no quieran entregar más soberanía nacional, pese a que la combinación de la soberanía en el nivel europeo beneficiará en última instancia a todos.

Las consecuencias para el BCE son claras: seguirá luchando para lograr que la transmisión de la política monetaria funcione en el contexto de una economía débil y divergente en la eurozona. También seguirá llevando la carga de mantener la estabilidad financiera, debido a la intransigencia de los gobiernos de los estados miembros en lo referido a implementar reformas fiscales, financieras y estructurales propias. De allí que persistirán la fragmentación financiera y la posibilidad de un círculo vicioso de fragilidad (“doom loop”) entre los bancos nacionales y los gobiernos. Y para colmo, estos seguirán culpando al BCE y al euro por sus propios errores, lo que pondrá en riesgo la independencia de la institución.

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