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Pesimismo en medio del progreso

BERKELEY – La humanidad como un todo tiene más riquezas en hoy día que en cualquier otro momento de su historia. Enfrentamos, sin embargo, problemas que van desde el desafío a corto plazo de la pandemia hasta la amenaza existencial del calentamiento global, y hay una sensación generalizada de que las cosas van muy mal. Aunque el inicio del año es ocasión de esperanza, ¿sería más adecuado el pesimismo?

Para responder a esa pregunta debemos considerar nuestra situación actual en un contexto más amplio. Durante los primeros 10 000 años desde la invención de la agricultura la humanidad no tuvo ninguna posibilidad de acercarse a la «utopía», sin importar cómo definiéramos ese término. Luego, durante las vidas de nuestros padres y abuelos, pudimos vislumbrar algo que se asemejaba a ese ideal. Sin embargo, fuimos reiteradamente incapaces de alcanzarlo. Como solía decir mi amigo Max Singer, ya fallecido, no tendremos «un mundo [verdaderamente] humano» a nuestro alcance hasta que hayamos solucionado la política de la distribución de la riqueza.

Hasta hace unas pocas generaciones la humanidad marchaba al son de un tambor malthusiano. Debido al lento avance de la tecnología y a una mortalidad extremadamente elevada, todo dependía del tamaño de la población. En un mundo donde a casi un tercio de las mujeres ancianas no les quedaban hijos ni nietos vivos (y, por lo tanto, carecían de poder social), la presión para tener más niños durante la edad fértil era inmensa. El crecimiento poblacional resultante (con un crecimiento acorde del tamaño de las granjas) compensaba cualquier aumento de la productividad y del ingreso derivado de las mejoras tecnológicas, y mantenía bajo y estancado el nivel de vida típico.

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