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Europa, en una línea de falla geopolítica

MADRID – Hace dos meses, en su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el secretario general de la ONU, António Guterres, expresó su temor a que una “gran fractura” divida el orden internacional en dos “mundos separados y competidores”, uno dominado por Estados Unidos y el otro por China. Su temor no sólo está justificado, sino que la fisura a la que teme ya se ha formado, y se está ensanchando.

Después de que Deng Xiaoping iniciase su política de “reforma y apertura” en 1978, la visión convencional en Occidente ha sido que la integración de China a la economía global acarrearía de forma natural cambios sociales y políticos internos. El fin de la Guerra Fría (una victoria manifiesta del orden internacional liberal liderado por Estados Unidos) reforzó esta creencia, y Occidente siguió en gran medida una política de involucramiento con China. Tras el ingreso de China en la Organización Mundial del Comercio en 2001, este proceso se aceleró: el país se convirtió en destino de empresas e inversiones occidentales y en exportador de productos manufacturados de bajo coste.

Con el auge del papel de China en las cadenas globales de valor, sus prácticas comerciales, al borde de la ley (desde el dumping hasta la vulneración de los derechos de propiedad intelectual), distorsionan cada vez más el mercado. Pero apenas hubo quien se inmutara. Se entendió que, cualquier contestación o protesta podría poner en riesgo los beneficios producidos por la comercialización de mercancías baratas o la promesa de acceso al inmenso mercado chino. En cualquier caso (seguía el razonamiento) los problemas se resolverían solos porque, los lazos económicos y la prosperidad progresiva, pronto generarían una floreciente clase media china que impulsaría la liberalización interna.

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