buruma191_Johnny LouisGetty Images_salmanrushdie Johnny Louis/Getty Images

La libertad de expresión no es una licencia para matar

NUEVA YORK – Hadi Matar, el estadounidense-libanés de 24 años acusado de intentar asesinar al escritor británico Salman Rushdie, parece haber actuado por iniciativa propia. Manifiesta ser un admirador del fallecido Ayatolá Ruhollah Jomeini, el líder supremo iraní que emitió una fatwa, o edicto religioso, para matar a Rushdie en 1989 tras la publicación de su novela Los Versos Satánicos. No hay evidencias de que el atacante esté vinculado de alguna manera al gobierno iraní. No obstante, al menos un comentarista ha calificado el intento de asesinato como “un acto de terrorismo promovido por el estado”.

Esa descripción suena aceptable. Promovido por el estado no es lo mismo que patrocinado por el estado, y mucho menos que dirigido por el estado. A pesar de que el gobierno iraní no ha intentado asesinar a Rushdie, la fatwa de Jomeini sigue en pie, y el estado debe cargar con algún grado de responsabilidad por inspirar a criminales fanáticos como Matar.

Por supuesto, también en el pasado asesinos o potenciales asesinos se han visto azuzados por lenguaje violento. Anders Breivik, el noruego que asesinó a 69 menores en un campamento de verano socialdemócrata en 2011, era un ávido lector de escritores que advertían que los musulmanes, mimados por los liberales europeos, significaban una amenaza fundamental para la civilización occidental. ¿Significa esto que los escritores y blogueros individuales cuyas palabras convencieron a Breivik de que tenía que matar para salvar a Occidente fueron responsables en parte de sus horrendos actos?

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