LONDRES – Las encuestas de todo el mundo muestran que la gente quiere trabajos seguros. Al mismo tiempo, la gente siempre ha soñado con una vida libre de esfuerzo. El “ascenso de los robots” ha hecho palpable la tensión entre estos dos impulsos.
Las estimaciones de pérdidas de empleos en el futuro cercano a manos de la automatización varían de 9% a 47%, y los empleos en sí se están volviendo cada vez más precarios. Sin embargo, la automatización también promete un alivio de la mayoría de las formas de trabajo obligado, acercando a la realidad la extraordinaria predicción de Aristóteles de que todo el trabajo necesario algún día sería realizado por “esclavos mecánicos”, dejando en libertad a los seres humanos para vivir la “buena vida”. Así las cosas, se vuelve a plantear la vieja pregunta: ¿las máquinas son una amenaza para los seres humanos o un medio para emanciparlos?
En principio, no tiene por qué haber contradicción alguna. Automatizar parte del trabajo humano debería permitirle a la gente trabajar menos a cambio de más dinero, como ha estado sucediendo desde la Revolución Industrial. Las horas de trabajo han caído y los ingresos reales han aumentado, aun cuando la población mundial se ha multiplicado por siete, gracias a la mayor productividad de la mano de obra mejorada por las máquinas. En los países ricos, la productividad –la producción por hora trabajada- es 25 veces más alta que en 1831. El mundo se ha vuelto cada vez más rico con menos horas hombre de trabajo necesarias para producir esa riqueza.
¿Por qué este proceso benigno no debería continuar? ¿Dónde está la serpiente en el jardín? La mayoría de los economistas diría que es imaginaria. La gente, al igual que los jugadores de ajedrez novatos, sólo ve la primera movida, no sus consecuencias. La primera movida es que los trabajadores en un determinado sector son reemplazados por máquinas, como los tejedores luditas que perdieron sus empleos a manos de los telares mecánicos en el siglo XIX. En la frase escalofriante de David Ricardo, se vuelven “redundantes”.
¿Pero qué pasa después? El precio de la ropa cae, porque se puede producir más al mismo costo. Entonces la gente puede comprar más ropa, y una mayor variedad de ropa, así como otros productos que no habría podido comprar antes. Se crean empleos para satisfacer el cambio en la demanda, reemplazando los empleos originales perdidos, y si el crecimiento de la productividad continúa, las horas de trabajo también pueden caer.
Hay que destacar que, en este escenario optimista, no se necesitan sindicatos, salarios mínimos, protecciones de empleos o planes de redistribución para aumentar el ingreso real (ajustado por inflación) de los trabajadores. El aumento de los salarios es un efecto automático de la caída del costo de los productos. Siempre que no haya una presión bajista sobre los salarios nominales como consecuencia de una mayor competencia por el trabajo, el efecto automático de la innovación tecnológica es aumentar el estándar de vida.
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Este es el famoso argumento de Friedrich Hayek contra cualquier intento de parte de los gobiernos o los bancos centrales por estabilizar el nivel de precios. En cualquier economía tecnológicamente progresista, los precios deberían caer excepto en unos pocos mercados de nicho. Los empresarios no necesitan una inflación baja para expandir la producción. Sólo necesitan la perspectiva de más ventas. La “carestía” de productos es una señal de estancamiento tecnológico.
Pero nuestro novato de ajedrez plantea dos interrogantes importantes: “Si la automatización no está confinada a una sola industria, sino que se propaga a otras, ¿acaso más y más empleos no se volverán redundantes? ¿Y la mayor competencia por los trabajos que queden no hará bajar el salario, compensando y hasta revirtiendo las ganancias gracias al bajo costo?”
Los seres humanos, responde el economista, no serán reemplazados, sino complementados. Los sistemas automatizados, ya sea mediante robots o no, mejorarán, no destruirán, el valor del trabajo humano, de la misma manera que un ser humano más una buena computadora todavía pueden derrotar a la mejor computadora en ajedrez. Por supuesto, habrá que “mejorar las capacidades” de los seres humanos. Esto llevará tiempo, y tendrá que ser un esfuerzo continuo. Pero una vez que la capacitación esté en marcha, no hay motivos para esperar una pérdida neta de empleos. Y como el valor de los empleos habrá mejorado, los ingresos reales seguirán aumentando. En lugar de tenerle miedo a las máquinas, los seres humanos deberían relajarse y disfrutar del viaje hacia un futuro glorioso.
Además, agregará el economista, las máquinas no pueden reemplazar muchos empleos que exigen un contacto de persona a persona, destreza física o una toma de decisiones no rutinaria, al menos no en lo inmediato. De manera que siempre habrá lugar para los seres humanos en cualquier patrón de trabajo futuro.
Ignoremos por un momento los tremendos costos que implica esta redirección masiva del trabajo humano. La pregunta es qué empleos corren más riesgo en qué sectores. Según el economista del MIT David Autor, la automatización reemplazará ocupaciones más rutinarias y complementará los empleos no rutinarios altamente calificados. Mientras que los efectos en los empleos poco calificados no se percibirán tanto, los empleos medianamente calificados gradualmente irán desapareciendo, mientras que la demanda de empleos altamente calificados aumentará. “Empleos agradables” en la parte superior y “empleos miserables” en la parte inferior, como lo describieron los economistas de la LSE Maarten Goos y Alan Manning. La frontera de la tecnología se detiene en lo que es irreductiblemente humano.
Pero un futuro moldeado según las líneas sugeridas por Autor tiene una implicancia preocupantemente distópica. Es fácil ver por qué los empleos humanos agradables seguirán siendo valorados de la misma manera o incluso más. El talento excepcional siempre exigirá un plus. ¿Pero es verdad que los trabajos miserables estarán confinados a quienes tengan capacidades mínimas? ¿Cuánto tiempo va a llevarles a quienes están encaminados hacia la redundancia capacitarse lo suficiente como para complementar a las máquinas cada vez mejores? Y, a la espera de su capacitación, ¿no inflarán la competencia por trabajos miserables? ¿Cuántas generaciones tendrán que sacrificarse para cumplir la promesa de la automatización? La ciencia ficción se ha adelantado al análisis económico y ha imaginado un futuro en el que una pequeña minoría de rentistas ricos disfrutan de los servicios casi ilimitados de una mayoría que recibe un pago mínimo.
El optimista dice: dejen que el mercado establezca un equilibrio nuevo y superior, como siempre lo ha hecho. El pesimista dice: sin una acción colectiva para controlar el ritmo y el tipo de innovación, surge una nueva esclavitud. Pero si bien la necesidad de una intervención política para canalizar la automatización a favor de los seres humanos es incuestionable, la verdadera serpiente en el jardín es la ceguera filosófica y ética. “Se puede decir que una sociedad es decadente”, escribió el filósofo checo Jan Patočka, “si funciona para alentar una vida decadente, una vida adicta a lo que es inhumano por naturaleza propia”.
No son los empleos humanos los que están en riesgo como consecuencia del ascenso de los robots. Es la humanidad misma.
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Iran’s mass ballistic missile and drone attack on Israel last week raised anew the specter of a widening Middle East war that draws in Iran and its proxies, as well as Western countries like the United States. The urgent need to defuse tensions – starting by ending Israel’s war in Gaza and pursuing a lasting political solution to the Israeli-Palestinian conflict – is obvious, but can it be done?
The most successful development stories almost always involve major shifts in the sources of economic growth, which in turn allow economies to reinvent themselves out of necessity or by design. In China, the interplay of mounting external pressures, lagging household consumption, and falling productivity will increasingly shape China’s policy choices in the years ahead.
explains why the Chinese authorities should switch to a consumption- and productivity-led growth model.
Designing a progressive anti-violence strategy that delivers the safety for which a huge share of Latin Americans crave is perhaps the most difficult challenge facing many of the region’s governments. But it is also the most important.
urge the region’s progressives to start treating security as an essential component of social protection.
LONDRES – Las encuestas de todo el mundo muestran que la gente quiere trabajos seguros. Al mismo tiempo, la gente siempre ha soñado con una vida libre de esfuerzo. El “ascenso de los robots” ha hecho palpable la tensión entre estos dos impulsos.
Las estimaciones de pérdidas de empleos en el futuro cercano a manos de la automatización varían de 9% a 47%, y los empleos en sí se están volviendo cada vez más precarios. Sin embargo, la automatización también promete un alivio de la mayoría de las formas de trabajo obligado, acercando a la realidad la extraordinaria predicción de Aristóteles de que todo el trabajo necesario algún día sería realizado por “esclavos mecánicos”, dejando en libertad a los seres humanos para vivir la “buena vida”. Así las cosas, se vuelve a plantear la vieja pregunta: ¿las máquinas son una amenaza para los seres humanos o un medio para emanciparlos?
En principio, no tiene por qué haber contradicción alguna. Automatizar parte del trabajo humano debería permitirle a la gente trabajar menos a cambio de más dinero, como ha estado sucediendo desde la Revolución Industrial. Las horas de trabajo han caído y los ingresos reales han aumentado, aun cuando la población mundial se ha multiplicado por siete, gracias a la mayor productividad de la mano de obra mejorada por las máquinas. En los países ricos, la productividad –la producción por hora trabajada- es 25 veces más alta que en 1831. El mundo se ha vuelto cada vez más rico con menos horas hombre de trabajo necesarias para producir esa riqueza.
¿Por qué este proceso benigno no debería continuar? ¿Dónde está la serpiente en el jardín? La mayoría de los economistas diría que es imaginaria. La gente, al igual que los jugadores de ajedrez novatos, sólo ve la primera movida, no sus consecuencias. La primera movida es que los trabajadores en un determinado sector son reemplazados por máquinas, como los tejedores luditas que perdieron sus empleos a manos de los telares mecánicos en el siglo XIX. En la frase escalofriante de David Ricardo, se vuelven “redundantes”.
¿Pero qué pasa después? El precio de la ropa cae, porque se puede producir más al mismo costo. Entonces la gente puede comprar más ropa, y una mayor variedad de ropa, así como otros productos que no habría podido comprar antes. Se crean empleos para satisfacer el cambio en la demanda, reemplazando los empleos originales perdidos, y si el crecimiento de la productividad continúa, las horas de trabajo también pueden caer.
Hay que destacar que, en este escenario optimista, no se necesitan sindicatos, salarios mínimos, protecciones de empleos o planes de redistribución para aumentar el ingreso real (ajustado por inflación) de los trabajadores. El aumento de los salarios es un efecto automático de la caída del costo de los productos. Siempre que no haya una presión bajista sobre los salarios nominales como consecuencia de una mayor competencia por el trabajo, el efecto automático de la innovación tecnológica es aumentar el estándar de vida.
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Pero nuestro novato de ajedrez plantea dos interrogantes importantes: “Si la automatización no está confinada a una sola industria, sino que se propaga a otras, ¿acaso más y más empleos no se volverán redundantes? ¿Y la mayor competencia por los trabajos que queden no hará bajar el salario, compensando y hasta revirtiendo las ganancias gracias al bajo costo?”
Los seres humanos, responde el economista, no serán reemplazados, sino complementados. Los sistemas automatizados, ya sea mediante robots o no, mejorarán, no destruirán, el valor del trabajo humano, de la misma manera que un ser humano más una buena computadora todavía pueden derrotar a la mejor computadora en ajedrez. Por supuesto, habrá que “mejorar las capacidades” de los seres humanos. Esto llevará tiempo, y tendrá que ser un esfuerzo continuo. Pero una vez que la capacitación esté en marcha, no hay motivos para esperar una pérdida neta de empleos. Y como el valor de los empleos habrá mejorado, los ingresos reales seguirán aumentando. En lugar de tenerle miedo a las máquinas, los seres humanos deberían relajarse y disfrutar del viaje hacia un futuro glorioso.
Además, agregará el economista, las máquinas no pueden reemplazar muchos empleos que exigen un contacto de persona a persona, destreza física o una toma de decisiones no rutinaria, al menos no en lo inmediato. De manera que siempre habrá lugar para los seres humanos en cualquier patrón de trabajo futuro.
Ignoremos por un momento los tremendos costos que implica esta redirección masiva del trabajo humano. La pregunta es qué empleos corren más riesgo en qué sectores. Según el economista del MIT David Autor, la automatización reemplazará ocupaciones más rutinarias y complementará los empleos no rutinarios altamente calificados. Mientras que los efectos en los empleos poco calificados no se percibirán tanto, los empleos medianamente calificados gradualmente irán desapareciendo, mientras que la demanda de empleos altamente calificados aumentará. “Empleos agradables” en la parte superior y “empleos miserables” en la parte inferior, como lo describieron los economistas de la LSE Maarten Goos y Alan Manning. La frontera de la tecnología se detiene en lo que es irreductiblemente humano.
Pero un futuro moldeado según las líneas sugeridas por Autor tiene una implicancia preocupantemente distópica. Es fácil ver por qué los empleos humanos agradables seguirán siendo valorados de la misma manera o incluso más. El talento excepcional siempre exigirá un plus. ¿Pero es verdad que los trabajos miserables estarán confinados a quienes tengan capacidades mínimas? ¿Cuánto tiempo va a llevarles a quienes están encaminados hacia la redundancia capacitarse lo suficiente como para complementar a las máquinas cada vez mejores? Y, a la espera de su capacitación, ¿no inflarán la competencia por trabajos miserables? ¿Cuántas generaciones tendrán que sacrificarse para cumplir la promesa de la automatización? La ciencia ficción se ha adelantado al análisis económico y ha imaginado un futuro en el que una pequeña minoría de rentistas ricos disfrutan de los servicios casi ilimitados de una mayoría que recibe un pago mínimo.
El optimista dice: dejen que el mercado establezca un equilibrio nuevo y superior, como siempre lo ha hecho. El pesimista dice: sin una acción colectiva para controlar el ritmo y el tipo de innovación, surge una nueva esclavitud. Pero si bien la necesidad de una intervención política para canalizar la automatización a favor de los seres humanos es incuestionable, la verdadera serpiente en el jardín es la ceguera filosófica y ética. “Se puede decir que una sociedad es decadente”, escribió el filósofo checo Jan Patočka, “si funciona para alentar una vida decadente, una vida adicta a lo que es inhumano por naturaleza propia”.
No son los empleos humanos los que están en riesgo como consecuencia del ascenso de los robots. Es la humanidad misma.